20 AÑOS DESPUES....
2011
V—
RENACER
Abrió el cajón de aquel
viejo escritorio y allí estaban, guardadas, como oro en paño, todas aquellas
cartas. Las metió en la bolsa mientras un rayo de amargura le atravesaba el
corazón. Tiana. Sólo decir su nombre le provocaba aquella sensación de
desasosiego. No había dejado de pensar en ella en los últimos veinte años. No
había sido capaz de olvidarla, de sustituirla en su corazón. La herida era
demasiado profunda. Se sentó en la silla y cogió una de aquellas cartas. Aún
sería capaz de reconocer su caligrafía aunque pasaran cien años. El dolor le
volvió a mandar uno de sus avisos. Las cartas habían durado un año escaso, a
partir de ahí sólo silencio. Tristeza. Olvido. Lo peor, no saber, no entender
nada.
—
¿Luis?, ¿Estás ahí?— Era su madre la que
lo reclamaba desde el pasillo.
—
Si, mamá, estoy aquí, recogiendo.
—
Oye, hijo, estás seguro que esto es lo
mejor.— dijo mientras abría la puerta y lo veía de espaldas, sentado en el
viejo escritorio.
—
Sí mamá, es lo mejor, aquí ya no pinto
nada.
—
¿Y allí?, ¿Pintas algo?
—
No lo sé.— la miró y esa mirada amarga
ablandó el corazón de su madre.
—
Hijo…— se acercó a él y lo abrazó.
—
Tengo que ir Mamá, además, alguien tiene
que hacerlo.
—
Sí, eso es cierto. No olvides llevarte
las llaves. Y vuelve pronto.
—
Eso sí que no te lo puedo prometer,
sabes que siempre quise volver.
—
Tu padre tiene otra vida, otros hijos,
nietos, no dudo que le gustará verte, pero ya no estará para ti.
—
Tampoco le di muchas oportunidades de
hacerlo— Sonaba a reproche así que su madre prefirió no entrar en conflicto.
—
Bueno, tú haz lo que quieras, pero
mantenme informada y habla con esa chica que te dije por lo del trabajo, me
dijo que necesitaban gente para el verano.
—
Sí, mamá, tengo treinta y seis años,
creo que sabré cuidarme.
—
Nunca me gustó ese trabajo que tenías,
pero dejarlo así, de repente…
—
Soy así mamá, deberías conocerme.— Se
levantó y le dio un beso en la mejilla.
—
Te dejo que termines— Fue entonces
cuando vio la carta encima del escritorio y recordó cuanto habría sufrido aquel hijo suyo y se
culpó por haber salido así y obligar a los suyos a escapar también.
—
Gracias Mamá, no me voy a ir sin
despedirme— la acompañó a la puerta y al volverse echó un vistazo a lo que
había sido su habitación estos últimos veinte años. No podía decir que no había
pasado grandes momentos pero la tristeza ganaba terreno en sus recuerdos. Era
el momento de poner tierra de por medio. De volver a casa.
Le
gustaba Madrid. Sus aglomeraciones, sus facilidades para disfrutar de tantas
cosas, sus tiendas, sus fuentes, sus jardines, pero echaba de menos el verde,
el campo, el monte, las montañas, y eso que cada fin de semana encontraba una
excusa para hacer sus escapadas en forma de excursiones, carreras o rutas
interminables. Dejaba muchos amigos en Madrid, era un tío sociable y que fuera
donde fuera dejaba huella, pero ellos, como buenos amigos, habían sido los
primeros en aconsejarle que se fuera, aunque pensaban que sería algo temporal.
Jugar con el tiempo es lo que tiene, que nunca se sabe.
Volvió
a sentarse en el escritorio y cogió la carta, la guardó en la bolsa y echó otro
vistazo por si se había olvidado algo realmente importante. Creía que no. Le
esperaba un largo viaje por la A6 y mucho tiempo para pensar por el camino.
Pensó en su hermana, en que hubiese hecho ella, qué decisión tomaría si
estuviera allí. Se levantó de la silla y cogió la bolsa y la última maleta, el
resto ya estaba todo en el coche.
—
Mamá, me voy.
—
Bueno hijo, no sé qué más decirte, ojalá
encuentres lo que buscas, no te juzgo, todos lo hicimos alguna vez.— Le dio una
caricia en la mejilla mientras lo veía partir, escaleras abajo, esperaba que
aquella bajada no le condujese a los infiernos, ese infierno del que ella había
escapado veinte años atrás. Lo que quizá nunca pensó es que acabaría en una
ciudad extraña y sola, aunque a veces la soledad sea el mejor regalo que puede
hacerse a sí mismo una persona. Fuera como fuera una lágrima de pena le
recorrió la cara mientras se resistía a cerrar aquella puerta, aquella que la
encerraba con sus fantasmas y su nueva soledad.
VI— TIERRA SAGRADA
Eran
otros tiempos, esos sin móvil, whatsapp, esos en los que ibas de casa en casa,
en los quedabas en el campo de la fiesta. Sus abuelos habían vivido
prácticamente en aquel mundo durante todo esos años. El único avance, el
teléfono de mesa que había en el hall de la casa, un teléfono que para muchos
sería antiguo, de coleccionista. Sonrió al verlo, no dudaba que seguiría allí.
Hacía mucho frío y eso que era Junio, pero se notaba que aquella casa llevaba
más de cuatro meses sin vida, cerrada.
El último en morir había sido su abuelo, ella les había dejado dos años atrás.
En ninguno de los entierros vio a sus viejos amigos, sólo a Felipe, con el que
había mantenido el contacto. Gracias a él sabía lo poco que sabía. Miriam se
había vuelto al sur, a su tierra, junto a su familia, entre los que suponía
estaría Tiana, pero no había dejado ninguna seña ni dirección y por lo que
Felipe creía había cambiado de número de móvil. Le confesó que tampoco es que
tuvieran una relación muy profunda, veinte años eran muchos años y muchas cosas
habían pasado. El resto estaban cada uno a lo suyo, vivían algunos en el
pueblo, otros en Miño, Coruña, pero aún se les podía ver. Felipe por su parte
trabajaba en la fábrica de tubos que había en la entrada del pueblo y no podía
quejarse. Eso sí, seguía soltero y no parecía tener trazas de cambiarlo.
Pensó
que lo primero que tenía que hacer era visitar a su amigo, o al menos avisarlo
de que estaba allí. Bueno, quizá lo primero sería llamar a una empresa de
limpieza y pegarle un repaso a aquello, porque daba miedo. Su abuelo había
tenido una cuidadora hasta el día de su muerte pero aquella casa era demasiado
grande. Era un chalet de dos pisos, bodega, y otra pequeña casa independiente
en la parte superior, huerta. Aquello era un mundo, y era un mundo que le había
quedado para él.
Su
madre se lo había cedido directamente en vida. Eso, acciones y propiedades que
aún tenía que revisar. Mientras ella mantenía las tres casa de Coruña, eso sí,
mientras él estuviera allí se encargaría de todos los problemas con la
gestoría. Estaba claro que no tenía prisa en encontrar trabajo. En realidad
casi podría vivir el resto de su vida. Era un afortunado. Podría decir eso si
todo en la vida fuese tener dinero. Pero no era así. Había perdido demasiadas
cosas por el camino. Entró en aquella pequeña habitación. La que era de su hermana
mientras habían vivido allí. No quería pensar en ello. No podía creer que ya no
estuviese allí para leerle el cuento por la noche. Para reñirle por no ir a
buscar el agua. Para abrazarlo fuerte. Para darle ese amor que ahora no tenía.
Pero no estaba, hacía diez años que no estaba. Y dolía, dolía mucho.
Cerró
la puerta de aquella pequeña habitación que forjaba tantos recuerdos y fue a la
suya, era algo más grande y seguía igual que la había dejado, aquella colcha
antigua, la radio incrustada en el cabecero de la cama. Los armarios viejos de
castaño y la ventana, aquella ventana por la que tantos sueños habían volado.
Abrió la persiana y pudo ver, al fondo, aquella maravillosa playa, Sada al
fondo. Escuchó las olas del mar chocar contra la costa y supo, esta vez sí, que
estaba en casa. Tenía mucho trabajo por delante, pero cuanto antes empezara
antes terminaría.
10 AÑOS ANTES
2001
VII— OVEJA NEGRA
—
¡Luis, Luis¡¡Vamos, despierta¡— Su madre
intentaba desperezarlo pero era inútil, la noche había sido muy larga.
—
Mama, por Dios, es tempranísimo.—Se
quejó aunque sabía que sería inútil.
—
Oye, sabes por qué no ha venido tu
hermana a dormir— No era una pregunta, sino más bien una afirmación, como si él
fuera el cuidador de su hermana. No lo era, pero la había visto, empezó a
recordar pese a que su cabeza tenía una buena resaca. No eran más allá de las
tres de la mañana y estaba con Germán en esa discoteca, ellos habían pasado por
allí camino de la última, bueno, la penúltima, después del concierto. La había
notado rara, era cierto, pero su hermana llevaba una temporada muy rara desde
que estaba con aquel tío. Intercambiaron un saludo, cuatro palabras y una
despedida.
—
Cuídate Luis.— le miró con aquella
dulzura como cuándo eran niños, pero Luis no le dio mayor importancia.
—
Lo haré hermanita, lo haré.— Y no había
vuelto a verla. A las seis había llegado a casa y a dormir.
Todo
eso le había explicado a su madre que daba vueltas por la habitación nerviosa.
—
Mamá, apaga la luz, ya volverá.— A Luis
le daba vueltas todo su mundo, necesitaba descansar.
—
No es normal en tu hermana, si por algo
no viene, avisa, y mi móvil está bien y nada, ¿has mirado el tuyo?
Su
móvil, a saber dónde lo tenía, se incorporó de medio lado, abrió medio ojo y
miró encima de la mesilla, no había nada. De repente notó algo duro debajo de
él y no podía ser otra cosa.. Se
incorporó y buscó algo con lo que vestirse rápido. Intentó llamarla, el
teléfono estaba apagado. Miró a su madre sin querer asustarla, pero estaba
claro que algo allí iba mal. El mundo le daba vueltas pero le daba igual, tenía
que salir. Se puso el chándal y rápido se atusó los cuatro pelos que aún tenía.
—
Pero a dónde vas hijo.— Su madre en ese
momento ya estaba asustada.
—
Mamá, seguramente esté borracha por ahí
tirada o habrá perdido el móvil pero voy a buscarla a dónde la vi ayer y quizá
a casa de sus amigas y Germán, estará en alguno de esos sitios.
Miró
el reloj, eran las doce de la mañana, el Sol le deslumbró terriblemente al
salir al portal. Se dirigió calle abajo hacia Gran Vía, rápido, todo lo que sus
piernas daban de sí. Llegó a aquel antro, donde lógicamente no había señales de
vida, no sabía muy bien que había venido a buscar. Enfrente había un local de
comida rápida veinticuatro horas al que solían ir al terminar la sesión rave.
Entró, miró alrededor pero no vio a su hermana. Preguntó en la barra, era una
chica morena que conocía de la universidad, estaba de suerte, si había pasado
algo raro ella lo sabría.
´— Hola, te acuerdas de mí, de la
Universidad.— La chica dudó pero afirmó al cabo de un solo segundo.
—
Sí, me acuerdo, tú eras uno de los
chapones, era fácil reconoceros.— No quiso entrar en esos debates, tenía cosas
más importantes en las que pensar.
—
Mira, ayer mi hermana estuvo ahí
enfrente, en ese local, y al terminar suelen venir aquí a lo que sea, el caso
es que necesito encontrarla….— Paró en seco de hablar, debajo de la barra,
doblada de cualquier manera estaba la chaqueta vaquera de su hermana, era fácil
de reconocer. Se le cortó la voz.
—
Esa chaqueta, esa— Señaló en dirección a
aquel punto exacto.
—
¿Esta?— La cogió y la puso encima de la
barra.
—
Sí, es la chaqueta de mi hermana, ¿dónde
estaba?
—
Espera que pregunto. ¡Amir¡ ¡ Amir¡ Ven
aquí un momento.
Un
chico joven, dudosamente mayor de edad, apareció de la cocina y les miró
curioso, primero a ella y luego a él.
—
Oye tío, ¿esta chaqueta no la recogiste
tú esta mañana?— No hubo atisbo de duda en los ojos de Amir.
—
Sí, la cogí de aquel asiento de allí,
del último, se lo dejó una chica, de unos treinta más o menos, estaba con un
tío, no me gustaba nada, de repente vinieron otros tres tíos más, de su estilo,
fuertes, con cara de malos y no con muy buenas maneras se la llevaron.
—
¿Se la llevaron, como que se la
llevaron? ¿Y no llamaste a la policía?— Luis estaba con los ojos fuera de las
órbitas.
—
¿A la policía, y por qué habría de hacer
eso? No rompieron nada, pagaron lo que tomaron, si tuviera que llamar a la policía
por cada cosa rara que veo estarían aquí todo el día.
Amir
volvió a la cocina y a Luis se le vino el mundo encima. No sabía qué hacer. Por
lo de pronto cogió la cazadora de su hermana, le dio las gracias a la chica y
salió del local. Se sentó en las escaleras e intentó pensar por un momento en
aquello que estaba pasando. ¿Quién coño eran aquellos tíos? Entendía que el primero
que estaba con ella sería Germán, no podía ser otro, pero ¿y el resto? Le
explotaba la cabeza. Decidió ir a su casa, sabía más o menos donde vivía ya que
alguna vez había ido a buscar a su hermana allí. No estaba lejos así que otra
vez se dio toda la prisa que pudo. Pensó en hablar con su madre pero se pondría
de los nervios y tampoco podían hacer mucho aún, estaba seguro que ella
acabaría apareciendo pero a cada rato que pasaba todo se le hacía más y más
raro. Llegó a la escalera dónde vivía Germán y preguntó por él, unos chicos le
dijeron que llamara al cuarto B, aunque no creían que estuviera. La puerta de
la calle estaba abierta, así que subió. Llamó al timbre y escuchó ruido dentro,
al cabo de medio minuto una señora mayor le entreabrió la puerta.
—
Buenos días señora, busco a Germán,
¿podría avisarlo?— Lo miró de arriba abajo, analizándolo, con aquel chándal de
yonki no daba muy buena impresión pero ya no había remedio.
—
Chico, Germán no ha venido a dormir a
casa, nada extraño por otra parte, si lo encuentras dile que se vaya a la
mierda y que no vuelva.— Le cerró la puerta en las narices y Luis se quedó
allí, de pie, si saber qué hacer, ni a quién acudir. Era nueve de junio del año
dos mil uno. El mal había venido para quedarse.
VIII—
ENCUENTROS EN LA III FASE
—
¡Joder tío, has adelgazado¡— Felipe lo
miraba desde la ventana del primer piso, o su atalaya, como a él le gustaba
decir.
—
¿Vas a bajar o tengo que ir a buscarte?—
Una gran sonrisa alumbraba, por primera vez en varios días, la cara de Luis.
—
Voy, no se me impaciente usted, señor
madriles.
Luis se dio la vuelta y
recordó todo aquello veinte años antes, la fuente, la casa vieja dónde
ensayaban, los recuerdos le hubieran oscurecido pero no le dio tiempo, Felipe
lo devolvió a la realidad.
—
Un paseíto ¿Cómo en los viejos tiempos?—
Le paso una mano por el hombro, no era una pregunta, era más bien una
exigencia.
—
Sí, claro, necesito quitarme las
telarañas.
—
¿Cuándo has llegado? Contaba contigo la
semana que viene.
—
En realidad acabo de llegar, fui a abrir
un poco eso, ya sabes, pero me pareció demasiado para el primer día, necesitaba
airearme un poco.
—
¿Y cuál es tu idea?, porque el último
día que hablamos aún no lo tenías demasiado claro.
—
Claro, claro, lo que se dice claro pocas
cosas tengo. Supongo que lo primero limpiar todo, arreglar lo que haya que
arreglar, y luego buscar un trabajo, aunque si te digo la verdad, putas ganas
que tengo.
—
¿Lo necesitas?— Le preguntó sabiendo
claramente la respuesta.
—
No, está claro que no, sobre todo
actualmente, pero estar sin hacer nada tampoco va conmigo.
—
Piénsalo, siempre puedes montar algo por
tu cuenta, dar trabajo a los demás, no sé, hacer algo por tu comunidad.
—
No es mala idea, tengo que pensarlo todo
bien, y ver exactamente el patrimonio exacto, a partir de ahí pues ya veré.
—
Dime la verdad, ¿sólo has venido por
eso?— Lo miró extrañado, no por la pregunta, sino porque después de tantos años
siguiera conociéndolo tan bien.
—
Joder Feli, supongo que no, sabes cómo
me fui, sabes lo que pasó después, hay algo que me une a este lugar, sé que soy
como un puzle con las piezas desperdigadas y sólo aquí puedo juntarlas.
—
Te entiendo, ¿y si aquí no encuentras
las respuestas?—Lo miró fijamente.
—
Si no las encuentro aquí creo que no las
encontraré en ningún lado.
Llegaron ya a la playa
y empezaron a recorrer la pasarela que la recorría de una punta a otra.
—
Joder tío, veinte años después y aún no
han cambiado estos maderos.
—
Te equivocas Luisito, sí lo hicieron,
pero aquí no dura nada, es lo que tiene comprar barato, ya sabes que la
bancarrota es el símbolo de nuestro concello.
—
Sí, sorprendentemente de eso sí llegaban
noticias al centro. Es lo único que ven, eso y que llueve.
Se
rieron, y en el fondo, los dos pensaban en como a pesar de haber pasado tantos
años seguían conservando aquella complicidad. Hay cosas que no entienden de
tiempo, distancia, de sexo ni religión, hay cosas intangibles que son y punto.
Al llegar al Bar pidieron dos claritas de limón y se sentaron en una de
aquellas mesas con vistas al paraíso. Había empezado raro el mes de Junio, el
calor aún no había hecho acto de presencia y el turismo caía a cuentagotas.
Luis lo agradecía, harto como estaba del calor de Madrid.
—
¿Y ella, piensas mucho en ella?— La
pregunta cogió de sorpresa a Luis que lo miró fijamente y tardó en contestar,
aunque la respuesta no admitiese dudas.
—
Si, demasiado.
—
Fue un amor de verano— De nuevo lo miró,
esta vez serio.
—
No lo fue, y no lo hubiera sido.
—
Luis, fueron dos meses, realmente tienes
que reconocer que sí lo fue.
—
No Felipe, me niego a creer eso, yo sé
lo que viví.
—
No te lo niego Luis pero hipotecarse por
algo que pasó hace veinte años, no sé, ¿no crees que es perder el tiempo?—
Nuevamente tardó en contestar mientras daba buena cuenta de aquella clarita de
limón. Rápidamente llamó al camarero.
—
Otras, por favor.— Suspiró.— No sé qué
decirte, intenté no hacerlo, me casé, ¿recuerdas?— La cara de su amigo le
devolvió a poco más de dos meses de vida matrimonial.
—
Lo hiciste para olvidarla o por
despecho, es que no lo entiendo, aquella chica parecía perfecta para ti.
—
Seguramente lo era, pero yo no soy
perfecto para nadie. Destruyo todo lo que toco, al menos sentimentalmente.
—
Joder Luis, no seas tan duro contigo
tampoco, nada de aquello que pasó fue culpa tuya, ni lo más mínimo.
—
No sé amigo, siempre creo que pude hacer
algo más.
—
Lo dudo, qué podías hacer, ¿enfrentarte
a tu padre cuándo vino a buscarte, a tu madre cuándo la destinaron a Madrid? Ella
no volvió, Luis, no volvió, ¿no piensas en eso?, me duele decirte esto pero si
tuviese algún interés en ti digo yo que hubiese vuelto.
—
Pero tú mismo me dijiste que Miriam se
fue sólo dos años después, así que tampoco tuvo muchas posibilidades de volver.
—
¿Cuánto tiempo te escribió? ¿Volvió para
buscarte?
—
Es que me gustaría encontrar la
respuesta a todas esas preguntas.
—
No sé Luis, quiero ayudarte, entenderte,
pero me cuesta creer que te agarres a un fantasma de hace veinte años, pero soy
tu amigo, así que sabes que siempre te voy a apoyar, bebamos, mientras podamos. ¡Camarero¡¡ Otra
ronda por aquí¡
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