domingo, 3 de noviembre de 2019

TIANA PARTE II


20 AÑOS DESPUES....
2011


V— RENACER
Abrió el cajón de aquel viejo escritorio y allí estaban, guardadas, como oro en paño, todas aquellas cartas. Las metió en la bolsa mientras un rayo de amargura le atravesaba el corazón. Tiana. Sólo decir su nombre le provocaba aquella sensación de desasosiego. No había dejado de pensar en ella en los últimos veinte años. No había sido capaz de olvidarla, de sustituirla en su corazón. La herida era demasiado profunda. Se sentó en la silla y cogió una de aquellas cartas. Aún sería capaz de reconocer su caligrafía aunque pasaran cien años. El dolor le volvió a mandar uno de sus avisos. Las cartas habían durado un año escaso, a partir de ahí sólo silencio. Tristeza. Olvido. Lo peor, no saber, no entender nada.
    ¿Luis?, ¿Estás ahí?— Era su madre la que lo reclamaba desde el pasillo.
    Si, mamá, estoy aquí, recogiendo.
    Oye, hijo, estás seguro que esto es lo mejor.— dijo mientras abría la puerta y lo veía de espaldas, sentado en el viejo escritorio.
    Sí mamá, es lo mejor, aquí ya no pinto nada.
    ¿Y allí?, ¿Pintas algo?
    No lo sé.— la miró y esa mirada amarga ablandó el corazón de su madre.
    Hijo…— se acercó a él y lo abrazó.
    Tengo que ir Mamá, además, alguien tiene que hacerlo.
    Sí, eso es cierto. No olvides llevarte las llaves. Y vuelve pronto.
    Eso sí que no te lo puedo prometer, sabes que siempre quise volver.
    Tu padre tiene otra vida, otros hijos, nietos, no dudo que le gustará verte, pero ya no estará para ti.
    Tampoco le di muchas oportunidades de hacerlo— Sonaba a reproche así que su madre prefirió no entrar en conflicto.
    Bueno, tú haz lo que quieras, pero mantenme informada y habla con esa chica que te dije por lo del trabajo, me dijo que necesitaban gente para el verano.
    Sí, mamá, tengo treinta y seis años, creo que sabré cuidarme.
    Nunca me gustó ese trabajo que tenías, pero dejarlo así, de repente…
    Soy así mamá, deberías conocerme.— Se levantó y le dio un beso en la mejilla.
    Te dejo que termines— Fue entonces cuando vio la carta encima del escritorio y recordó  cuanto habría sufrido aquel hijo suyo y se culpó por haber salido así y obligar a los suyos a escapar también.
    Gracias Mamá, no me voy a ir sin despedirme— la acompañó a la puerta y al volverse echó un vistazo a lo que había sido su habitación estos últimos veinte años. No podía decir que no había pasado grandes momentos pero la tristeza ganaba terreno en sus recuerdos. Era el momento de poner tierra de por medio. De volver a casa.

Le gustaba Madrid. Sus aglomeraciones, sus facilidades para disfrutar de tantas cosas, sus tiendas, sus fuentes, sus jardines, pero echaba de menos el verde, el campo, el monte, las montañas, y eso que cada fin de semana encontraba una excusa para hacer sus escapadas en forma de excursiones, carreras o rutas interminables. Dejaba muchos amigos en Madrid, era un tío sociable y que fuera donde fuera dejaba huella, pero ellos, como buenos amigos, habían sido los primeros en aconsejarle que se fuera, aunque pensaban que sería algo temporal. Jugar con el tiempo es lo que tiene, que nunca se sabe.
Volvió a sentarse en el escritorio y cogió la carta, la guardó en la bolsa y echó otro vistazo por si se había olvidado algo realmente importante. Creía que no. Le esperaba un largo viaje por la A6 y mucho tiempo para pensar por el camino. Pensó en su hermana, en que hubiese hecho ella, qué decisión tomaría si estuviera allí. Se levantó de la silla y cogió la bolsa y la última maleta, el resto ya estaba todo en el coche.
    Mamá, me voy.
    Bueno hijo, no sé qué más decirte, ojalá encuentres lo que buscas, no te juzgo, todos lo hicimos alguna vez.— Le dio una caricia en la mejilla mientras lo veía partir, escaleras abajo, esperaba que aquella bajada no le condujese a los infiernos, ese infierno del que ella había escapado veinte años atrás. Lo que quizá nunca pensó es que acabaría en una ciudad extraña y sola, aunque a veces la soledad sea el mejor regalo que puede hacerse a sí mismo una persona. Fuera como fuera una lágrima de pena le recorrió la cara mientras se resistía a cerrar aquella puerta, aquella que la encerraba con sus fantasmas y su nueva soledad.

VI— TIERRA SAGRADA

Eran otros tiempos, esos sin móvil, whatsapp, esos en los que ibas de casa en casa, en los quedabas en el campo de la fiesta. Sus abuelos habían vivido prácticamente en aquel mundo durante todo esos años. El único avance, el teléfono de mesa que había en el hall de la casa, un teléfono que para muchos sería antiguo, de coleccionista. Sonrió al verlo, no dudaba que seguiría allí. Hacía mucho frío y eso que era Junio, pero se notaba que aquella casa llevaba más de cuatro meses  sin vida, cerrada. El último en morir había sido su abuelo, ella les había dejado dos años atrás. En ninguno de los entierros vio a sus viejos amigos, sólo a Felipe, con el que había mantenido el contacto. Gracias a él sabía lo poco que sabía. Miriam se había vuelto al sur, a su tierra, junto a su familia, entre los que suponía estaría Tiana, pero no había dejado ninguna seña ni dirección y por lo que Felipe creía había cambiado de número de móvil. Le confesó que tampoco es que tuvieran una relación muy profunda, veinte años eran muchos años y muchas cosas habían pasado. El resto estaban cada uno a lo suyo, vivían algunos en el pueblo, otros en Miño, Coruña, pero aún se les podía ver. Felipe por su parte trabajaba en la fábrica de tubos que había en la entrada del pueblo y no podía quejarse. Eso sí, seguía soltero y no parecía tener trazas de cambiarlo.
Pensó que lo primero que tenía que hacer era visitar a su amigo, o al menos avisarlo de que estaba allí. Bueno, quizá lo primero sería llamar a una empresa de limpieza y pegarle un repaso a aquello, porque daba miedo. Su abuelo había tenido una cuidadora hasta el día de su muerte pero aquella casa era demasiado grande. Era un chalet de dos pisos, bodega, y otra pequeña casa independiente en la parte superior, huerta. Aquello era un mundo, y era un mundo que le había quedado para él.
Su madre se lo había cedido directamente en vida. Eso, acciones y propiedades que aún tenía que revisar. Mientras ella mantenía las tres casa de Coruña, eso sí, mientras él estuviera allí se encargaría de todos los problemas con la gestoría. Estaba claro que no tenía prisa en encontrar trabajo. En realidad casi podría vivir el resto de su vida. Era un afortunado. Podría decir eso si todo en la vida fuese tener dinero. Pero no era así. Había perdido demasiadas cosas por el camino. Entró en aquella pequeña habitación. La que era de su hermana mientras habían vivido allí. No quería pensar en ello. No podía creer que ya no estuviese allí para leerle el cuento por la noche. Para reñirle por no ir a buscar el agua. Para abrazarlo fuerte. Para darle ese amor que ahora no tenía. Pero no estaba, hacía diez años que no estaba. Y dolía, dolía mucho.
Cerró la puerta de aquella pequeña habitación que forjaba tantos recuerdos y fue a la suya, era algo más grande y seguía igual que la había dejado, aquella colcha antigua, la radio incrustada en el cabecero de la cama. Los armarios viejos de castaño y la ventana, aquella ventana por la que tantos sueños habían volado. Abrió la persiana y pudo ver, al fondo, aquella maravillosa playa, Sada al fondo. Escuchó las olas del mar chocar contra la costa y supo, esta vez sí, que estaba en casa. Tenía mucho trabajo por delante, pero cuanto antes empezara antes terminaría.

10 AÑOS ANTES
2001
VII— OVEJA NEGRA

    ¡Luis, Luis¡¡Vamos, despierta¡— Su madre intentaba desperezarlo pero era inútil, la noche había sido muy larga.
    Mama, por Dios, es tempranísimo.—Se quejó aunque sabía que sería inútil.
    Oye, sabes por qué no ha venido tu hermana a dormir— No era una pregunta, sino más bien una afirmación, como si él fuera el cuidador de su hermana. No lo era, pero la había visto, empezó a recordar pese a que su cabeza tenía una buena resaca. No eran más allá de las tres de la mañana y estaba con Germán en esa discoteca, ellos habían pasado por allí camino de la última, bueno, la penúltima, después del concierto. La había notado rara, era cierto, pero su hermana llevaba una temporada muy rara desde que estaba con aquel tío. Intercambiaron un saludo, cuatro palabras y una despedida.
    Cuídate Luis.— le miró con aquella dulzura como cuándo eran niños, pero Luis no le dio mayor importancia.
    Lo haré hermanita, lo haré.— Y no había vuelto a verla. A las seis había llegado a casa y a dormir.
Todo eso le había explicado a su madre que daba vueltas por la habitación nerviosa.
    Mamá, apaga la luz, ya volverá.— A Luis le daba vueltas todo su mundo, necesitaba descansar.
    No es normal en tu hermana, si por algo no viene, avisa, y mi móvil está bien y nada, ¿has mirado el tuyo?
Su móvil, a saber dónde lo tenía, se incorporó de medio lado, abrió medio ojo y miró encima de la mesilla, no había nada. De repente notó algo duro debajo de él  y no podía ser otra cosa.. Se incorporó y buscó algo con lo que vestirse rápido. Intentó llamarla, el teléfono estaba apagado. Miró a su madre sin querer asustarla, pero estaba claro que algo allí iba mal. El mundo le daba vueltas pero le daba igual, tenía que salir. Se puso el chándal y rápido se atusó los cuatro pelos que aún tenía.
    Pero a dónde vas hijo.— Su madre en ese momento ya estaba asustada.
    Mamá, seguramente esté borracha por ahí tirada o habrá perdido el móvil pero voy a buscarla a dónde la vi ayer y quizá a casa de sus amigas y Germán, estará en alguno de esos sitios.
Miró el reloj, eran las doce de la mañana, el Sol le deslumbró terriblemente al salir al portal. Se dirigió calle abajo hacia Gran Vía, rápido, todo lo que sus piernas daban de sí. Llegó a aquel antro, donde lógicamente no había señales de vida, no sabía muy bien que había venido a buscar. Enfrente había un local de comida rápida veinticuatro horas al que solían ir al terminar la sesión rave. Entró, miró alrededor pero no vio a su hermana. Preguntó en la barra, era una chica morena que conocía de la universidad, estaba de suerte, si había pasado algo raro ella lo sabría.
´—     Hola, te acuerdas de mí, de la Universidad.— La chica dudó pero afirmó al cabo de un solo segundo.
    Sí, me acuerdo, tú eras uno de los chapones, era fácil reconoceros.— No quiso entrar en esos debates, tenía cosas más importantes en las que pensar.
    Mira, ayer mi hermana estuvo ahí enfrente, en ese local, y al terminar suelen venir aquí a lo que sea, el caso es que necesito encontrarla….— Paró en seco de hablar, debajo de la barra, doblada de cualquier manera estaba la chaqueta vaquera de su hermana, era fácil de reconocer. Se le cortó la voz.
    Esa chaqueta, esa— Señaló en dirección a aquel punto exacto.
    ¿Esta?— La cogió y la puso encima de la barra.
    Sí, es la chaqueta de mi hermana, ¿dónde estaba?
    Espera que pregunto. ¡Amir¡ ¡ Amir¡ Ven aquí un momento.
Un chico joven, dudosamente mayor de edad, apareció de la cocina y les miró curioso, primero a ella y luego a él.
    Oye tío, ¿esta chaqueta no la recogiste tú esta mañana?— No hubo atisbo de duda en los ojos de Amir.
    Sí, la cogí de aquel asiento de allí, del último, se lo dejó una chica, de unos treinta más o menos, estaba con un tío, no me gustaba nada, de repente vinieron otros tres tíos más, de su estilo, fuertes, con cara de malos y no con muy buenas maneras se la llevaron.
    ¿Se la llevaron, como que se la llevaron? ¿Y no llamaste a la policía?— Luis estaba con los ojos fuera de las órbitas.
    ¿A la policía, y por qué habría de hacer eso? No rompieron nada, pagaron lo que tomaron, si tuviera que llamar a la policía por cada cosa rara que veo estarían aquí todo el día.
Amir volvió a la cocina y a Luis se le vino el mundo encima. No sabía qué hacer. Por lo de pronto cogió la cazadora de su hermana, le dio las gracias a la chica y salió del local. Se sentó en las escaleras e intentó pensar por un momento en aquello que estaba pasando. ¿Quién coño eran aquellos tíos? Entendía que el primero que estaba con ella sería Germán, no podía ser otro, pero ¿y el resto? Le explotaba la cabeza. Decidió ir a su casa, sabía más o menos donde vivía ya que alguna vez había ido a buscar a su hermana allí. No estaba lejos así que otra vez se dio toda la prisa que pudo. Pensó en hablar con su madre pero se pondría de los nervios y tampoco podían hacer mucho aún, estaba seguro que ella acabaría apareciendo pero a cada rato que pasaba todo se le hacía más y más raro. Llegó a la escalera dónde vivía Germán y preguntó por él, unos chicos le dijeron que llamara al cuarto B, aunque no creían que estuviera. La puerta de la calle estaba abierta, así que subió. Llamó al timbre y escuchó ruido dentro, al cabo de medio minuto una señora mayor le entreabrió la puerta.
    Buenos días señora, busco a Germán, ¿podría avisarlo?— Lo miró de arriba abajo, analizándolo, con aquel chándal de yonki no daba muy buena impresión pero ya no había remedio.
    Chico, Germán no ha venido a dormir a casa, nada extraño por otra parte, si lo encuentras dile que se vaya a la mierda y que no vuelva.— Le cerró la puerta en las narices y Luis se quedó allí, de pie, si saber qué hacer, ni a quién acudir. Era nueve de junio del año dos mil uno. El mal había venido para quedarse.


VIII— ENCUENTROS EN LA III FASE
    ¡Joder tío, has adelgazado¡— Felipe lo miraba desde la ventana del primer piso, o su atalaya, como a él le gustaba decir.
    ¿Vas a bajar o tengo que ir a buscarte?— Una gran sonrisa alumbraba, por primera vez en varios días, la cara de Luis.
    Voy, no se me impaciente usted, señor madriles.
Luis se dio la vuelta y recordó todo aquello veinte años antes, la fuente, la casa vieja dónde ensayaban, los recuerdos le hubieran oscurecido pero no le dio tiempo, Felipe lo devolvió  a la realidad.
    Un paseíto ¿Cómo en los viejos tiempos?— Le paso una mano por el hombro, no era una pregunta, era más bien una exigencia.
    Sí, claro, necesito quitarme las telarañas.
    ¿Cuándo has llegado? Contaba contigo la semana que viene.
    En realidad acabo de llegar, fui a abrir un poco eso, ya sabes, pero me pareció demasiado para el primer día, necesitaba airearme un poco.
    ¿Y cuál es tu idea?, porque el último día que hablamos aún no lo tenías demasiado claro.
    Claro, claro, lo que se dice claro pocas cosas tengo. Supongo que lo primero limpiar todo, arreglar lo que haya que arreglar, y luego buscar un trabajo, aunque si te digo la verdad, putas ganas que tengo.
    ¿Lo necesitas?— Le preguntó sabiendo claramente la respuesta.
    No, está claro que no, sobre todo actualmente, pero estar sin hacer nada tampoco va conmigo.
    Piénsalo, siempre puedes montar algo por tu cuenta, dar trabajo a los demás, no sé, hacer algo por tu comunidad.
    No es mala idea, tengo que pensarlo todo bien, y ver exactamente el patrimonio exacto, a partir de ahí pues ya veré.
    Dime la verdad, ¿sólo has venido por eso?— Lo miró extrañado, no por la pregunta, sino porque después de tantos años siguiera conociéndolo tan bien.
    Joder Feli, supongo que no, sabes cómo me fui, sabes lo que pasó después, hay algo que me une a este lugar, sé que soy como un puzle con las piezas desperdigadas y sólo aquí puedo juntarlas.
    Te entiendo, ¿y si aquí no encuentras las respuestas?—Lo miró fijamente.
    Si no las encuentro aquí creo que no las encontraré en ningún lado.
Llegaron ya a la playa y empezaron a recorrer la pasarela que la recorría de una punta a otra.
    Joder tío, veinte años después y aún no han cambiado estos maderos.
    Te equivocas Luisito, sí lo hicieron, pero aquí no dura nada, es lo que tiene comprar barato, ya sabes que la bancarrota es el símbolo de nuestro concello.
    Sí, sorprendentemente de eso sí llegaban noticias al centro. Es lo único que ven, eso y que llueve.
Se rieron, y en el fondo, los dos pensaban en como a pesar de haber pasado tantos años seguían conservando aquella complicidad. Hay cosas que no entienden de tiempo, distancia, de sexo ni religión, hay cosas intangibles que son y punto. Al llegar al Bar pidieron dos claritas de limón y se sentaron en una de aquellas mesas con vistas al paraíso. Había empezado raro el mes de Junio, el calor aún no había hecho acto de presencia y el turismo caía a cuentagotas. Luis lo agradecía, harto como estaba del calor de Madrid.
    ¿Y ella, piensas mucho en ella?— La pregunta cogió de sorpresa a Luis que lo miró fijamente y tardó en contestar, aunque la respuesta no admitiese dudas.
    Si, demasiado.
    Fue un amor de verano— De nuevo lo miró, esta vez serio.
    No lo fue, y no lo hubiera sido.
    Luis, fueron dos meses, realmente tienes que reconocer que sí lo fue.
    No Felipe, me niego a creer eso, yo sé lo que viví.
    No te lo niego Luis pero hipotecarse por algo que pasó hace veinte años, no sé, ¿no crees que es perder el tiempo?— Nuevamente tardó en contestar mientras daba buena cuenta de aquella clarita de limón. Rápidamente llamó al camarero.
    Otras, por favor.— Suspiró.— No sé qué decirte, intenté no hacerlo, me casé, ¿recuerdas?— La cara de su amigo le devolvió a poco más de dos meses de vida matrimonial.
    Lo hiciste para olvidarla o por despecho, es que no lo entiendo, aquella chica parecía perfecta para ti.
    Seguramente lo era, pero yo no soy perfecto para nadie. Destruyo todo lo que toco, al menos sentimentalmente.
    Joder Luis, no seas tan duro contigo tampoco, nada de aquello que pasó fue culpa tuya, ni lo más mínimo.
    No sé amigo, siempre creo que pude hacer algo más.
    Lo dudo, qué podías hacer, ¿enfrentarte a tu padre cuándo vino a buscarte, a tu madre cuándo la destinaron a Madrid? Ella no volvió, Luis, no volvió, ¿no piensas en eso?, me duele decirte esto pero si tuviese algún interés en ti digo yo que hubiese vuelto.
    Pero tú mismo me dijiste que Miriam se fue sólo dos años después, así que tampoco tuvo muchas posibilidades de volver.
    ¿Cuánto tiempo te escribió? ¿Volvió para buscarte?
    Es que me gustaría encontrar la respuesta a todas esas preguntas.
    No sé Luis, quiero ayudarte, entenderte, pero me cuesta creer que te agarres a un fantasma de hace veinte años, pero soy tu amigo, así que sabes que siempre te voy a apoyar,  bebamos, mientras podamos. ¡Camarero¡¡ Otra ronda por aquí¡



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