viernes, 15 de noviembre de 2019

TIANA PARTE IV




XIII— CORUÑA

Bajó cada día con la esperanza de volver a encontrarlo. Su tez se iba amargando a cada segundo, a cada minuto, a cada hora qué no sabía nada de Luis. Era un amor de verano, se repetía por dentro, en el fondo sabía que era algo más. Pasaba los días junto a su prima, Miriam, y a Felipe que estaba pegado a ella todo el rato, estaba claro que terminarían juntos. Ambos se gustaban mucho. Ella era la escopeta. A los demás no les hacía mucho caso la verdad, casi le molestaban más de lo que le agradaba su compañía. Se dio cuenta de que le estaba cambiando el carácter, qué estaba desaprovechando el verano, pero su corazón se empeñaba en no levantar cabeza.
Felipe había ido un par de veces más por casa de los abuelos de Luís, pero nada, la misma respuesta, estaba en Coruña y ellos no tenían ni idea de cuándo iba a venir. No lo daba todo por perdido. Uno de aquellos fines de semana cogieron el Iasa y fueron los tres a Coruña, pasaron la tarde en el Corte Inglés, el Centro Comercial y subieron a la zona dónde Felipe sabía que estaba la vieja tienda de sus abuelos, sería un milagro que lo viesen, no tenían ni idea de cuál era el piso, pero pensaban que los milagros sí existen. No tuvieron tiempo a aburrirse, a Felipe le cagó una paloma junto Al Kiosko Alfonso y creyeron morir de la risa. Allí mismo tiró la camisa a un contendor y quedó solo con la camiseta interior. Menos mal que era verano pero aun daban, y mucho, la nota. Horas pasaron en aquella calle, sentados en la puerta de la vieja lechería, pero no consiguieron nada. Preguntaron en los bares, pero aquello era una ciudad, nadie conocía a aquel chico tan normal, en realidad no sabían ni cómo describirlo. Lo que mucho menos sabían es que justo ese día Luis estaba postrado en la cama de un hospital a poco más de un quilómetro de allí, enfermo de algo, de algo que quizá se hubiera curado de haberlos encontrado. No siempre se está en el lugar adecuado en el momento adecuado.
Volvieron cansados, tristes al no haber conseguido su objetivo, pero al menos lo habían intentado. Era mediado  Agosto, el verano se estaba terminando, y Tiana sabía que tarde o temprano llegaría el momento de irse. No quería pero tampoco podía quedarse, no había opción. Tenía que volver a casa a preparar la matrícula del instituto que abría el día tres y su madre se lo recordaba.  Su padre hacía días que por él hubiera desaparecido de aquel lugar. No le gustaba Galicia, y en cuánto pudiera dejaría de venir, pero la manía de su mujer de visitar a su hermana lo ponía enfermo. Algún día pondría remedio a aquello, lo tenía claro.
No pasaran ni dos semanas cuándo le avisaron que se irían a la mañana siguiente. No protestó, estaba totalmente rendida. Bajó a despedirse de todos, de todos menos del único que le hubiera gustado despedirse de verdad. Su tristeza se veía a leguas aunque su innato carácter extrovertido le hiciese disimular. Con Felipe prefirió hablar a solas.
    No sé qué decirte Felipe, gracias por estar estos días tan pendiente de mí, sin duda eres un gran amigo. No quiero que le digas mucho, cuéntale la verdad, lo que sabes, dile que si todo va bien el año que viene volveremos a vernos, y que le esperaré.
    ¿Le digo eso?— Felipe dudaba de la idoneidad de aquel compromiso a mil quilómetros de distancia entre dos chicos de dieciséis años que acababan de conocerse.
    Por favor, díselo, aunque sea lo último que hagas. Y cuídalo, es una persona especial, necesita cariño, y no sé qué es lo que está pasando, pero me temo que nada bueno.
    ¿Y cómo contacta contigo?
    No tengo teléfono, es mejor así, no torturarse, volveré, esta historia aún no tiene final.— Tiana caminaba ya cuesta arriba, camino de su casa, con Miriam detrás, tardaría más de veinte años en volver a verla.


    Vamos, mi alma, que eres más lenta que el caballo del malo, Jesús.— Su padre y su marcado acento del sur, pero exento de gracia, hacían acto de presencia en la despedida.
    Jose, deja que me despida de mi hermana, qué un año es muy largo y sabe Dios lo qué puede pasar.— Su padre carraspeó desde la puerta del coche, ya dispuesto a cerrarla.
    Bueno hermana, gracias por todo.— Se abrazaron no pudiendo evitar las lágrimas mientras Tiana se despedía de su tío favorito, también emocionados. A Miriam le hubiera gustado meterse en el coche y largarse con su prima al fin del mundo, pero no podía dejar a sus padres.
    Gracias a todos, nos vemos el año que viene— Su madre se metió en el coche y ella de última.
    Prima.— Le abrazó muy fuerte, como si fuera la última vez.— Si lo ves, díselo, por favor.
    Sí.— Miriam hablaba entre lágrimas.— No te preocupes, disfruta del año y buen viaje. Pronto llegará el verano.
Su padre ya había arrancado el coche mientras las dos amigas hablaban y se agarraban la mano por la ventanilla de aquel viejo Renault once. Su estela desapareció camino abajo y Tiana no pudo evitar que las lágrimas fueran recorriendo su rostro mientras pasaban la casa de la Garocha, la de los madrileños, la fuente, la casa de Felipe, el campo, la recta… Al fondo vio a alguien andando hacia ellos, al principio no lo reconoció empapada como estaba en lágrimas pero aunque tarde reaccionó, era él, era Luis, sólo pudo lanzarle un triste adiós por la ventana trasera del coche mientras veía como él se quedaba allí en el medio de la carretera, petrificado.
    ¡Para¡ ¡Papá¡ ¡Para¡— Tiana gritaba con toda la fuerza que le daban los pulmones. Ya no podía verlo, estaban bajando hacia Puente Bajoy.
    ¿Pero qué dices niña?— Su padre no daba crédito. Pero su madre le tocó el brazo en señal de calma.
    Papá, por favor, da la vuelta, deja que me despida de él.
    Vamos Jose, deja que los niños se despidan.— Su madre miró para él y casi pudo ver un gramo de conmiseración en sus ojos.
    Joder, mira qué sois blandengues eh.— Paró el coche en el cruce que ya les conectaba con la general y dio la vuelta para dirigirse de nuevo a Bañobre.
    Gracias Papá.— Su padre la miró por el retrovisor, bañada en lágrimas, en el fondo era su hijita y aquel inútil no iba a volver a verla hasta el año que viene así que tampoco era para tanto.
Lo vio parado en la marquesina, y el corazón empezó a palpitarle. Arrancó un papel de su diario, que nunca soltaba, y escribió rápido la dirección. Su padre paró el coche.
    Date prisa niña, no tenemos todo el día.
    Sí, Papá, ahora mismo vengo.
Bajó del coche y fue corriendo hacia él, pero por vergüenza, ansiedad, nunca supo decir por qué, paró a escasos dos metros de él. Estiró la mano y le dio el papel.
    Escríbeme Luis, por favor.
Tenía la misma cara de bobo que el día que lo había conocido, el día que se había enamorado perdidamente de él. No era capaz de reaccionar, de decir nada. Ella no podía parar de llorar.
    Pero, ¿te vas ya?— A él también le costaba aguantar las ganas de llorar.
    Si, para la semana me tengo que matricular en el instituto y no podían esperar más…
    Siento no haber podido avisarte, no haber venido antes…— La cara de Luis era de un inmenso dolor.
    Tranquilo, habla con Felipe, es un gran amigo, no lo pierdas. El año pasa rápido. Te quiero.— Le rozó con su mano izquierda en su brazo derecho y marcha atrás como queriendo parar el tiempo volvió al coche.
La miró con aquella cara intentado decir algo, algo que ella ya sabía pero que no fue capaz de escuchar. Entró en el coche dispuesta a dejar todo atrás y contando cada segundo hasta que volviera a ser Junio otra vez. No todos los sueños se hacen realidad


XIV—NIEBLA  
Niebla era una pequeña localidad de cuatro mil habitantes dedicada básicamente a la industria. Ese dato no lo pasó por alto Luis, que aún recordaba aquella conversación que veinte años atrás habían tenido y donde ella le confesaba que seguramente acabaría en una fábrica porque en dónde ella vivía no había otra cosa. En los remites de sus cartas sólo su nombre y el de una calle, la del cordón. Tendrían que preguntar. Aquello era más grande de lo que creía.
Cruzaron el puente sobre el río Tinto y bajaron hacia la zona del ayuntamiento. Era un pueblo curioso y con un pasado monumental.  Había pertenecido a la casa de los Medina  Sidonia,  pero antes había sido una Taifa de los árabes. Los tiempos modernos lo habían dejado en un segundo plano en favor de otros pueblos como Almonte pero seguía teniendo ese halo de grandeza de los que tanto tuvieron.
Se bajaron del coche y pasaron por el mercado de abastos en busca de un bar, era un día horroroso de sol y no se había echado crema, ya le estaba picando el cogote, no llevaba nada bien el calor. Debían estar  a treinta grados y eran las diez de la mañana. No había mucha gente en la calle y lo entendía, no se podía hacer nada con esas temperaturas. Pasaron por algunos bares cerrados pero siguieron su camino y se dieron de bruces con el castillo de los Guzmanes o también llamado Castillo de Niebla. Pensó que si podían no era mala idea una visita, pero en otro momento. Felipe sólo buscaba bares, no visitas turísticas. Por fin encontró una cafetería abierta. Entraron, no había prácticamente nadie, sólo el dueño, un niño pequeño de unos seis años y dos ventiladores que era lo mejor que podía pasarles en aquel momento.
Se sentaron y pidieron dos cañas, cruzcampo, qué remedio. El dueño era el típico español, estatura media, panza prominente, camisa de rayas desabotonada, pelo en el pecho. Un halo de hedor se pasó por el estómago de Luis. Cuándo volvió con las cervezas Luis le preguntó por la familia Bonarés.
    ¿Bonarés? ¿Cuál de ellas? Es que aquí hay varios con ese apellido. Se refiere usted a los que tienen arriba el supermercado, Juan y Luisa, o los que tienen el matadero junto a la presa…
    Tiana.— Luis dijo la palabra mágica. Aquel hombre se les quedó mirando fijamente pensando en sí debía o no contestar.
    Con ese nombre no hay muchas no. Tiana. Sí, la conozco. ¿Y a ustedes que se les ha perdido aquí buscando a esa familia?
    Somos viejos amigos. Venimos desde Galicia, hace años solían veranear por allí.— La cara de desconfianza había pasado a una de secretismo que no pasaba inadvertida para Luís.
    Pues si son viejos amigos deberían saber que después de lo que pasó ellas se fueron del pueblo.
    ¿Ellas? Se refiere a Tiana y su madre, supongo.— Luis intentaba ordenar las palabras qué decía y qué no decía aquel hombre.
    No, cuándo digo ellas, digo todas. La Miriam, la Tiana y su madre. Todas.
    ¿Se fueron todas? ¿Pero, por qué? ¿Qué pasó? ¿Y la Pili?— Luis no podía creerse que aún pasaran más cosas.
    Eso amigos, si no lo saben, no seré yo quien se lo cuente. Si verdaderamente son amigos de ellas deberían saberlo y sino es porque tan amigos no son. Yo no sé más señores, se fueron y no tengo ni idea de a dónde.
    ¿Pero alguien de la familia a quién preguntar quedaría por aquí, no?
    Pues el único que se  quedó fue el padre que sigue trabajando en la carpintería metálica allá arriba junto a la plaza, pero lo que pueden sacar de ese hombre si le nombran a la Tiana es una sarta de palos, yo ya los aviso, pero hagan lo que quieran.
    Muchas gracias por su ayuda.— Las caras de los dos amigos eran de decepción, cuándo creían que lo tenían más cerca nuevamente volvía a alejarse de ellos.
    Tendremos que hablar con el viejo, ¿no?— La cara de Luis era la de que era no menos que un suicidio, pero no había otro remedio.
    Joder, si salimos vivos será un milagro, ¿no te acuerdas de él?
    Sí, quién podría olvidar a un animal así. Por desgracia aún quedan muchos hombres así en esta sociedad moderna.
    ¿Pero qué coño habrá pasado para que se vayan?
    Hombre Luis, yo me lo imagino, que quieres que te diga, pero bueno, poco  importa eso, lo que realmente importa es dónde pueden estar ahora. Quizá para eso necesitemos la ayuda de tu Paola.
    Si quiere ayudarnos, porque te recuerdo que no la veo desde hace casi diez años.
    Pues habrá que intentarlo, pero primero acaba esa caña, que aquí huele a rancio y vamos a ver a ese hombre.
Suspiró, la última vez había sido al volante de aquel Renault once, justo el último día que había visto a Tiana. En su cara podía ver el odio, el asco, el que sentía por él y seguramente por cada ser vivo que no fuese como él, era de esa clase de personas que habría que extirpar de la sociedad, pero que inexplicablemente seguían allí.
Tuvieron suerte, el viejo no estaba, no vendría hasta el día siguiente, estaba en una feria en Sevilla. Luis respiró, no tenía ningunas ganas de verlo y dudaba mucho que sacase algo de aquella bestia. Volvieron al agro hotel y Luis se disculpó diciendo que estaba cansado y necesitaba una siesta. Verdaderamente lo estaba, y necesitaba poner en orden todo en su cabeza, pero sobre todo tenía que hacer algo. Algo que había postergado demasiado en el tiempo. Volver a ver a Paola.

XV—NOCHE DE LOBOS.
Habían pasado casi cinco semanas desde que Elena, su hermana, había desaparecido. Ni una sola prueba les había conducido a ningún lugar. Aquella mañana volvían a la comisaría ya que Costoya les había anunciado que el caso pasaba a manos de una nueva inspectora y les quería conocer. Él seguiría ayudando, desde la sombra, en realidad lo apartaban al papeleo por sus problemas constantes con el alcohol. Llevaban menos de dos minutos sentados cuándo una chica morena, alta, no demasiado bonita pero para nada fea, salía a recibirles.
     Ustedes deben ser Emilia y Luis. Encantada de conocerles, pasen a mi despacho.
    Gracias, ¿usted es?
    La inspectora Gómez, Paola Gómez, llámenme Paola por favor. El inspector Costoya, al que como saben le han pasado a asuntos más importantes, me ha contado por encima el caso, aparte de haberme leído todo lo que tenemos sobre el caso de su hija. La verdad es que no es mucho.— Se quedó pensando unos momentos, echando para atrás la silla, con las piernas cruzadas y el bolígrafo en la boca.— ¿Qué le parece Luis si usted y yo hacemos una reconstrucción de los últimos momentos de su hermana, in situ?
    Pues por mí no hay ningún problema.— Más bien estaba encantado.
    Quizá no sirva de nada, pero necesito ver la zona, el lugar dónde desaparece el rastro, la casa de este tal Germán y veremos si tenemos que llamar a declarar oficialmente a sus amigas, pero todo a su tiempo. Han pasado seis semanas, yo creo que demasiado tiempo para que una hija no se ponga en contacto con su madre.— Miró con dulzura a Emilia y siguió hablando.— Tengo su dirección, pasaré a recogerlo a las seis, si le parece bien.— Lo miró haciéndole entender que no había otra opción.
    Por supuesto, no tengo nada mejor que hacer. La espero en casa.
    Bien, creo que tenemos que buscar la manera de avanzar, empecemos por el principio. Ahora si me disculpan.— Les acompañó a la puerta y se dirigió a su madre. – Emilia, descuide, si hay algo lo encontraremos, pero no se martirice, no vale la pena vivir así.
    Gracias hija, tendré él te preparado para cuando venga.
    No es necesario, pero se lo agradezco.— Le acarició dulcemente el brazo y despareció rauda y veloz puertas para a dentro.
Estaba nervioso, no sabía si era por su hermana o por aquella mujer que imponía sólo de verla, pero al conocerla lo hacía más, qué gran fuerza de la naturaleza. Le encantaban las mujeres con carácter. Su currículum no era muy amplio, Tiana, y dos o tres novias que lo máximo le habían durado dos meses. Era un desastre para las relaciones, pero curiosamente era bastante enamoradizo. Solía hacerlo de chicas poco accesibles y eso provocaba que al final todo quedase en nada, pero no sabía por qué creía que aquella inspectora era distinta. Su forma de mirarlo le había parecido cuánto menos curiosa. Así que se afeitó, vistió y perfumó lo mejor posible, quería dar buena impresión.
Eran las seis en punto, sonó el timbre de la casa. Su madre se apresuró a abrir. La inspectora estaba allí. Estaba guapísima. Se dio cuenta de que se había cambiado, pantalón negro camisa blanca y chaqueta negra. Pasadas unas horas le parecía bastante más atractiva.
    Buenas tardes Luis,  ¿está preparado?
    Primero tomará usted algo inspectora.— Su madre ejercía la hospitalidad gallega.
    Pues un café con leche, algo rapidito para qué no le devuelva al hijo demasiado tarde.— Miró para él con cara de pilla.
    A mí con que me lo devuelva poco me importa cuándo, que ya es mayorcito y va a crear malvas.— Luis se puso rojo como un tomate.
    ¡Mamá¡¡Por favor¡— Paola era incapaz de controlar la risa.
    Simpática mi madre, verdad.— Se le acercó y rieron juntos.
    Mucho, que quieres qué te diga, así que para criar malvas, no, bueno, no te quejes si mi madre sabe que invito un hombre a casa prepara un baño con flores si hace falta, no sabes las ganas que tiene de que me vaya.
    ¿Es usted de aquí, de Madrid?
    Usted no, tú, contestando a la pregunta, ¿hay alguien que sea realmente de aquí?
    No sé, nosotros como vinimos de Galicia.
      La verdad que mis antepasados son Andaluces, de Huelva, yo desde que recuerdo he vivido en Madrid. Distintos barrios, ahora distintas comisarías, un periodo largo en Navarra pero poco más.—Emilia volvió con dos cafés con leche y se fue a la cocina.
    Emilia, ¿usted no toma nada?
    No hija, lo dejo para los jovencitos, yo tengo cosas que apañar en la cocina así que me vais a disculpar.
    Pues muchísimas gracias. Tu madre es la caña.— Dijo dirigiéndose a Luis.
    Sí, la verdad que la admiro, todo lo que paso y sigue teniendo esa fuerza descomunal. Cualquiera de nosotros habiendo vivido la mitad ya estaríamos de psiquiátrico.
    ¿Y qué os trajo aquí? Si se puede saber, tú acento sigue siendo marcadamente gallego.
    Me vine a los diecisiete. A mi madre le salió un trabajo como vigilante en el Museo del Prado, bien pagado, buen trabajo, lo único malo que era aquí en Madrid. Ella no lo estaba pasando bien. Se había separado de mi padre y digamos que tampoco estaba a gusto con su amante. Así que prefirió poner tierra de por medio.
    Y os trajo con ella.
    Sí, no sin discusiones, dolor, ya sabes, pero al final se impuso su criterio y mi hermana que también fue un factor importante, a ella no le importaba cambiar de aires.
    A ti te costó más.
    Sí, yo tenía a mis amigos allí, mi grupo, mi mundo y de repente todo eso desapareció. Me volví más introvertido, más solitario.
    ¿Y ella, tú hermana, también era así?
    No, muy abierta, extrovertida, tenía amigos, ella no perdió esa vitalidad que yo perdí. Siguió siendo ella misma a pesar de todo. Hasta unos meses antes de desaparecer.
    Ahí ya la notaste rara.
    Sí, rara, distante, contestando mal, echándome la bronca si entraba en su habitación sin avisar. Cosas que nunca había hecho y de repente…
    Pero no le diste más importancia.
    No, le echaba la culpa al subnormal ese, al Germán. Todos los problemas empezaron cuando se juntó con él. Fue su perdición.
    Tampoco se sabe nada de él.
    Ni que se los tragara la tierra. Parece imposible.
    Pero no lo es. El vehículo de Germán apareció en un desguace. Seguramente lo cambió por otro. Suelen hacer esos chanchullos.
    ¿Pero por qué?
    Eso es lo que quiero averiguar, por qué y dónde, así que termina ese café y vámonos a buscar, que a eso hemos venido.

Bajaron andando y charlando animadamente, del tiempo, de fútbol, ella era del Madrid, él del Dépor. Del horrible tráfico de la capital, de la polución, de la juventud. Hasta que llegaron a la Gran Vía y a la puerta de aquella discoteca.
    Aquí la viste por última vez.
    Si, ahí apoyada.— Luis señaló el sitio exacto donde habían intercambiado aquellas últimas palabras.
    Te fijaste si aparte de ella y su novio había alguien más extraño alrededor.
    ¿Alguien? ¿En serio? Sabes lo que hay en este antro, no había nadie medianamente normal.
    ¿Entonces ella qué hacía aquí?
    Le gustaba esa música y supongo qué aunque me niegue a creerlo debía gustarle también Germán.
    Sí, es una buena explicación.— De todos modos tomaré declaración a los porteros y camareros de la discoteca por si recuerdan algo.
    Creo que Costoya se pasó por aquí algún día.— Lo miró con cara de ironía.
    ¿A beber o a investigar?
    No sé, ahí ya me pillas.
     Deja que los llame a comisaría, verás cómo cambia el cuento. Y ese de enfrente entiendo que es el veinticuatro horas dónde se pierde su pista.
    Eso es, ahí trabajaba el chico que la vio salir con los cuatro hombres.
    ¿Y sus amigas, por qué ninguna estaba con ella? Es extraño, somos muy protectoras.
    Maite dijo que estaba en un concierto ese día y es cierto. Las otras hacía tiempo que habían perdido el contacto.
    O sea, que realmente estaba sola. Sólo tenía a Germán. Qué feo todo.
    Eso parece.— Le abrió la puerta del bar y ella entró primero.
    Sentémonos, tengo hambre.
    ¿Comida basura?
    ¿Y por qué no? Tu sabes toda la mierda que come un policía de servicio, te asustarías. ¿Está todo como estaba ese día?
Luis echó un vistazo rápido al local y no vio nada raro.
    Sí, está todo tal cual. ¿Qué quieres? Hay que pedir en la barra.
    Una hamburguesa con queso, patatas y una coca cola light.
Paola observaba el local a fondo, le resultaba extraño qué no hubiese ninguna cámara en el local, y de haberla hubiera sido una enorme cagada por parte de Costoya, pero aquello no le extrañaba, pasaba más tiempo borracho que sereno, así que tendría que pasárselo por alto. Luis volvió ya con la Coca Cola y un agua para él y un número para la comida.
    ¿Qué piensas inspectora?— Lo miró fijamente.
    El día que viniste a preguntar por tú hermana, el primer día, aquel agujero estaba allí.— Le dijo señalando a uno que estaba en la parte superior derecha del local.
    No sé, ni idea. ¿Qué crees qué había ahí?
    Es el lugar idóneo de una cámara. Espera aquí un momento.
La vio salir, decidida, y entrar en la cocina, de repente se oyeron unas voces pero pronto se calmaron. Al cabo de cinco minutos la inspectora salió con sus hamburguesas y las patatas.
    Servicio a domicilio.— La cara de Luis era un poema.
    ¿Me vas a contar qué ha pasado?
    Sí, entré ahí, les enseñé la placa dónde pone inspectora, les pregunté dónde estaba el extractor de humos, después les pregunté por qué habían la quitado la cámara, me lo explicaron, cogí las hamburguesas y me vine.
    Joder tía, tremenda.— Se rieron.
    Está riquísima eh, la hamburguesa digo.— La inspectora tragaba como si tuviera hambre.— La cámara la quitaron sobre esos días, no sabe decirme cuándo, pero parece ser que el dueño vino por aquí corriendo y con otro hombre que no conocían se encargaron de quitarla porque no funcionaba.
    Lo más normal del mundo, oye.
    Sí, el caso es que el dueño no suele venir mucho, es dueño de varias franquicias y otros negocios de Madrid, pero sé dónde encontrarle, luego le haré una visita.
    ¿Le harás? No, le haremos.
    A ver Luis, no me lo tomes a mal, pero no debería…
    Mira Paola, yo te ayudo y tú me ayudas, además no quiero que vayas sola.
    Bueno, por ser hoy, y al haberme venido sola admito pulpo.— Rieron y dieron buena cuenta de la comida, al menos tenían otro hilo de dónde tirar.