XIII— CORUÑA
Bajó
cada día con la esperanza de volver a encontrarlo. Su tez se iba amargando a
cada segundo, a cada minuto, a cada hora qué no sabía nada de Luis. Era un amor
de verano, se repetía por dentro, en el fondo sabía que era algo más. Pasaba
los días junto a su prima, Miriam, y a Felipe que estaba pegado a ella todo el
rato, estaba claro que terminarían juntos. Ambos se gustaban mucho. Ella era la
escopeta. A los demás no les hacía mucho caso la verdad, casi le molestaban más
de lo que le agradaba su compañía. Se dio cuenta de que le estaba cambiando el
carácter, qué estaba desaprovechando el verano, pero su corazón se empeñaba en
no levantar cabeza.
Felipe
había ido un par de veces más por casa de los abuelos de Luís, pero nada, la
misma respuesta, estaba en Coruña y ellos no tenían ni idea de cuándo iba a
venir. No lo daba todo por perdido. Uno de aquellos fines de semana cogieron el
Iasa y fueron los tres a Coruña, pasaron la tarde en el Corte Inglés, el Centro
Comercial y subieron a la zona dónde Felipe sabía que estaba la vieja tienda de
sus abuelos, sería un milagro que lo viesen, no tenían ni idea de cuál era el
piso, pero pensaban que los milagros sí existen. No tuvieron tiempo a
aburrirse, a Felipe le cagó una paloma junto Al Kiosko Alfonso y creyeron morir
de la risa. Allí mismo tiró la camisa a un contendor y quedó solo con la
camiseta interior. Menos mal que era verano pero aun daban, y mucho, la nota.
Horas pasaron en aquella calle, sentados en la puerta de la vieja lechería,
pero no consiguieron nada. Preguntaron en los bares, pero aquello era una
ciudad, nadie conocía a aquel chico tan normal, en realidad no sabían ni cómo
describirlo. Lo que mucho menos sabían es que justo ese día Luis estaba
postrado en la cama de un hospital a poco más de un quilómetro de allí, enfermo
de algo, de algo que quizá se hubiera curado de haberlos encontrado. No siempre
se está en el lugar adecuado en el momento adecuado.
Volvieron
cansados, tristes al no haber conseguido su objetivo, pero al menos lo habían
intentado. Era mediado Agosto, el verano
se estaba terminando, y Tiana sabía que tarde o temprano llegaría el momento de
irse. No quería pero tampoco podía quedarse, no había opción. Tenía que volver
a casa a preparar la matrícula del instituto que abría el día tres y su madre se
lo recordaba. Su padre hacía días que
por él hubiera desaparecido de aquel lugar. No le gustaba Galicia, y en cuánto
pudiera dejaría de venir, pero la manía de su mujer de visitar a su hermana lo
ponía enfermo. Algún día pondría remedio a aquello, lo tenía claro.
No
pasaran ni dos semanas cuándo le avisaron que se irían a la mañana siguiente.
No protestó, estaba totalmente rendida. Bajó a despedirse de todos, de todos
menos del único que le hubiera gustado despedirse de verdad. Su tristeza se
veía a leguas aunque su innato carácter extrovertido le hiciese disimular. Con
Felipe prefirió hablar a solas.
—
No sé qué decirte Felipe, gracias por
estar estos días tan pendiente de mí, sin duda eres un gran amigo. No quiero
que le digas mucho, cuéntale la verdad, lo que sabes, dile que si todo va bien
el año que viene volveremos a vernos, y que le esperaré.
—
¿Le digo eso?— Felipe dudaba de la
idoneidad de aquel compromiso a mil quilómetros de distancia entre dos chicos
de dieciséis años que acababan de conocerse.
—
Por favor, díselo, aunque sea lo último
que hagas. Y cuídalo, es una persona especial, necesita cariño, y no sé qué es
lo que está pasando, pero me temo que nada bueno.
—
¿Y cómo contacta contigo?
—
No tengo teléfono, es mejor así, no
torturarse, volveré, esta historia aún no tiene final.— Tiana caminaba ya
cuesta arriba, camino de su casa, con Miriam detrás, tardaría más de veinte
años en volver a verla.
—
Vamos, mi alma, que eres más lenta que
el caballo del malo, Jesús.— Su padre y su marcado acento del sur, pero exento
de gracia, hacían acto de presencia en la despedida.
—
Jose, deja que me despida de mi hermana,
qué un año es muy largo y sabe Dios lo qué puede pasar.— Su padre carraspeó
desde la puerta del coche, ya dispuesto a cerrarla.
—
Bueno hermana, gracias por todo.— Se
abrazaron no pudiendo evitar las lágrimas mientras Tiana se despedía de su tío
favorito, también emocionados. A Miriam le hubiera gustado meterse en el coche y
largarse con su prima al fin del mundo, pero no podía dejar a sus padres.
—
Gracias a todos, nos vemos el año que
viene— Su madre se metió en el coche y ella de última.
—
Prima.— Le abrazó muy fuerte, como si
fuera la última vez.— Si lo ves, díselo, por favor.
—
Sí.— Miriam hablaba entre lágrimas.— No
te preocupes, disfruta del año y buen viaje. Pronto llegará el verano.
Su
padre ya había arrancado el coche mientras las dos amigas hablaban y se
agarraban la mano por la ventanilla de aquel viejo Renault once. Su estela
desapareció camino abajo y Tiana no pudo evitar que las lágrimas fueran
recorriendo su rostro mientras pasaban la casa de la Garocha, la de los
madrileños, la fuente, la casa de Felipe, el campo, la recta… Al fondo vio a
alguien andando hacia ellos, al principio no lo reconoció empapada como estaba
en lágrimas pero aunque tarde reaccionó, era él, era Luis, sólo pudo lanzarle
un triste adiós por la ventana trasera del coche mientras veía como él se
quedaba allí en el medio de la carretera, petrificado.
—
¡Para¡ ¡Papá¡ ¡Para¡— Tiana gritaba con
toda la fuerza que le daban los pulmones. Ya no podía verlo, estaban bajando
hacia Puente Bajoy.
—
¿Pero qué dices niña?— Su padre no daba
crédito. Pero su madre le tocó el brazo en señal de calma.
—
Papá, por favor, da la vuelta, deja que
me despida de él.
—
Vamos Jose, deja que los niños se
despidan.— Su madre miró para él y casi pudo ver un gramo de conmiseración en
sus ojos.
—
Joder, mira qué sois blandengues eh.—
Paró el coche en el cruce que ya les conectaba con la general y dio la vuelta
para dirigirse de nuevo a Bañobre.
—
Gracias Papá.— Su padre la miró por el
retrovisor, bañada en lágrimas, en el fondo era su hijita y aquel inútil no iba
a volver a verla hasta el año que viene así que tampoco era para tanto.
Lo
vio parado en la marquesina, y el corazón empezó a palpitarle. Arrancó un papel
de su diario, que nunca soltaba, y escribió rápido la dirección. Su padre paró
el coche.
—
Date prisa niña, no tenemos todo el día.
—
Sí, Papá, ahora mismo vengo.
Bajó
del coche y fue corriendo hacia él, pero por vergüenza, ansiedad, nunca supo
decir por qué, paró a escasos dos metros de él. Estiró la mano y le dio el
papel.
—
Escríbeme Luis, por favor.
Tenía
la misma cara de bobo que el día que lo había conocido, el día que se había
enamorado perdidamente de él. No era capaz de reaccionar, de decir nada. Ella
no podía parar de llorar.
—
Pero, ¿te vas ya?— A él también le
costaba aguantar las ganas de llorar.
—
Si, para la semana me tengo que
matricular en el instituto y no podían esperar más…
—
Siento no haber podido avisarte, no
haber venido antes…— La cara de Luis era de un inmenso dolor.
—
Tranquilo, habla con Felipe, es un gran
amigo, no lo pierdas. El año pasa rápido. Te quiero.— Le rozó con su mano
izquierda en su brazo derecho y marcha atrás como queriendo parar el tiempo
volvió al coche.
La
miró con aquella cara intentado decir algo, algo que ella ya sabía pero que no
fue capaz de escuchar. Entró en el coche dispuesta a dejar todo atrás y
contando cada segundo hasta que volviera a ser Junio otra vez. No todos los
sueños se hacen realidad
XIV—NIEBLA
Niebla
era una pequeña localidad de cuatro mil habitantes dedicada básicamente a la
industria. Ese dato no lo pasó por alto Luis, que aún recordaba aquella
conversación que veinte años atrás habían tenido y donde ella le confesaba que
seguramente acabaría en una fábrica porque en dónde ella vivía no había otra
cosa. En los remites de sus cartas sólo su nombre y el de una calle, la del
cordón. Tendrían que preguntar. Aquello era más grande de lo que creía.
Cruzaron
el puente sobre el río Tinto y bajaron hacia la zona del ayuntamiento. Era un
pueblo curioso y con un pasado monumental.
Había pertenecido a la casa de los Medina Sidonia,
pero antes había sido una Taifa de los árabes. Los tiempos modernos lo
habían dejado en un segundo plano en favor de otros pueblos como Almonte pero
seguía teniendo ese halo de grandeza de los que tanto tuvieron.
Se
bajaron del coche y pasaron por el mercado de abastos en busca de un bar, era
un día horroroso de sol y no se había echado crema, ya le estaba picando el
cogote, no llevaba nada bien el calor. Debían estar a treinta grados y eran las diez de la mañana.
No había mucha gente en la calle y lo entendía, no se podía hacer nada con esas
temperaturas. Pasaron por algunos bares cerrados pero siguieron su camino y se
dieron de bruces con el castillo de los Guzmanes o también llamado Castillo de
Niebla. Pensó que si podían no era mala idea una visita, pero en otro momento.
Felipe sólo buscaba bares, no visitas turísticas. Por fin encontró una
cafetería abierta. Entraron, no había prácticamente nadie, sólo el dueño, un
niño pequeño de unos seis años y dos ventiladores que era lo mejor que podía
pasarles en aquel momento.
Se
sentaron y pidieron dos cañas, cruzcampo, qué remedio. El dueño era el típico
español, estatura media, panza prominente, camisa de rayas desabotonada, pelo
en el pecho. Un halo de hedor se pasó por el estómago de Luis. Cuándo volvió
con las cervezas Luis le preguntó por la familia Bonarés.
—
¿Bonarés? ¿Cuál de ellas? Es que aquí
hay varios con ese apellido. Se refiere usted a los que tienen arriba el
supermercado, Juan y Luisa, o los que tienen el matadero junto a la presa…
—
Tiana.— Luis dijo la palabra mágica.
Aquel hombre se les quedó mirando fijamente pensando en sí debía o no
contestar.
—
Con ese nombre no hay muchas no. Tiana.
Sí, la conozco. ¿Y a ustedes que se les ha perdido aquí buscando a esa familia?
—
Somos viejos amigos. Venimos desde
Galicia, hace años solían veranear por allí.— La cara de desconfianza había
pasado a una de secretismo que no pasaba inadvertida para Luís.
—
Pues si son viejos amigos deberían saber
que después de lo que pasó ellas se fueron del pueblo.
—
¿Ellas? Se refiere a Tiana y su madre,
supongo.— Luis intentaba ordenar las palabras qué decía y qué no decía aquel
hombre.
—
No, cuándo digo ellas, digo todas. La
Miriam, la Tiana y su madre. Todas.
—
¿Se fueron todas? ¿Pero, por qué? ¿Qué
pasó? ¿Y la Pili?— Luis no podía creerse que aún pasaran más cosas.
—
Eso amigos, si no lo saben, no seré yo
quien se lo cuente. Si verdaderamente son amigos de ellas deberían saberlo y
sino es porque tan amigos no son. Yo no sé más señores, se fueron y no tengo ni
idea de a dónde.
—
¿Pero alguien de la familia a quién
preguntar quedaría por aquí, no?
—
Pues el único que se quedó fue el padre que sigue trabajando en la
carpintería metálica allá arriba junto a la plaza, pero lo que pueden sacar de
ese hombre si le nombran a la Tiana es una sarta de palos, yo ya los aviso,
pero hagan lo que quieran.
—
Muchas gracias por su ayuda.— Las caras
de los dos amigos eran de decepción, cuándo creían que lo tenían más cerca
nuevamente volvía a alejarse de ellos.
—
Tendremos que hablar con el viejo, ¿no?—
La cara de Luis era la de que era no menos que un suicidio, pero no había otro
remedio.
—
Joder, si salimos vivos será un milagro,
¿no te acuerdas de él?
—
Sí, quién podría olvidar a un animal
así. Por desgracia aún quedan muchos hombres así en esta sociedad moderna.
—
¿Pero qué coño habrá pasado para que se
vayan?
—
Hombre Luis, yo me lo imagino, que
quieres que te diga, pero bueno, poco
importa eso, lo que realmente importa es dónde pueden estar ahora. Quizá
para eso necesitemos la ayuda de tu Paola.
—
Si quiere ayudarnos, porque te recuerdo
que no la veo desde hace casi diez años.
—
Pues habrá que intentarlo, pero primero
acaba esa caña, que aquí huele a rancio y vamos a ver a ese hombre.
Suspiró,
la última vez había sido al volante de aquel Renault once, justo el último día
que había visto a Tiana. En su cara podía ver el odio, el asco, el que sentía
por él y seguramente por cada ser vivo que no fuese como él, era de esa clase
de personas que habría que extirpar de la sociedad, pero que inexplicablemente
seguían allí.
Tuvieron
suerte, el viejo no estaba, no vendría hasta el día siguiente, estaba en una
feria en Sevilla. Luis respiró, no tenía ningunas ganas de verlo y dudaba mucho
que sacase algo de aquella bestia. Volvieron al agro hotel y Luis se disculpó
diciendo que estaba cansado y necesitaba una siesta. Verdaderamente lo estaba,
y necesitaba poner en orden todo en su cabeza, pero sobre todo tenía que hacer
algo. Algo que había postergado demasiado en el tiempo. Volver a ver a Paola.
XV—NOCHE DE LOBOS.
Habían
pasado casi cinco semanas desde que Elena, su hermana, había desaparecido. Ni
una sola prueba les había conducido a ningún lugar. Aquella mañana volvían a la
comisaría ya que Costoya les había anunciado que el caso pasaba a manos de una
nueva inspectora y les quería conocer. Él seguiría ayudando, desde la sombra,
en realidad lo apartaban al papeleo por sus problemas constantes con el
alcohol. Llevaban menos de dos minutos sentados cuándo una chica morena, alta,
no demasiado bonita pero para nada fea, salía a recibirles.
—
Ustedes deben ser Emilia y Luis. Encantada de
conocerles, pasen a mi despacho.
—
Gracias, ¿usted es?
—
La inspectora Gómez, Paola Gómez,
llámenme Paola por favor. El inspector Costoya, al que como saben le han pasado
a asuntos más importantes, me ha contado por encima el caso, aparte de haberme
leído todo lo que tenemos sobre el caso de su hija. La verdad es que no es
mucho.— Se quedó pensando unos momentos, echando para atrás la silla, con las
piernas cruzadas y el bolígrafo en la boca.— ¿Qué le parece Luis si usted y yo
hacemos una reconstrucción de los últimos momentos de su hermana, in situ?
—
Pues por mí no hay ningún problema.— Más
bien estaba encantado.
—
Quizá no sirva de nada, pero necesito
ver la zona, el lugar dónde desaparece el rastro, la casa de este tal Germán y
veremos si tenemos que llamar a declarar oficialmente a sus amigas, pero todo a
su tiempo. Han pasado seis semanas, yo creo que demasiado tiempo para que una
hija no se ponga en contacto con su madre.— Miró con dulzura a Emilia y siguió
hablando.— Tengo su dirección, pasaré a recogerlo a las seis, si le parece
bien.— Lo miró haciéndole entender que no había otra opción.
—
Por supuesto, no tengo nada mejor que
hacer. La espero en casa.
—
Bien, creo que tenemos que buscar la
manera de avanzar, empecemos por el principio. Ahora si me disculpan.— Les
acompañó a la puerta y se dirigió a su madre. – Emilia, descuide, si hay algo
lo encontraremos, pero no se martirice, no vale la pena vivir así.
—
Gracias hija, tendré él te preparado
para cuando venga.
—
No es necesario, pero se lo agradezco.—
Le acarició dulcemente el brazo y despareció rauda y veloz puertas para a
dentro.
Estaba
nervioso, no sabía si era por su hermana o por aquella mujer que imponía sólo
de verla, pero al conocerla lo hacía más, qué gran fuerza de la naturaleza. Le
encantaban las mujeres con carácter. Su currículum no era muy amplio, Tiana, y
dos o tres novias que lo máximo le habían durado dos meses. Era un desastre
para las relaciones, pero curiosamente era bastante enamoradizo. Solía hacerlo
de chicas poco accesibles y eso provocaba que al final todo quedase en nada,
pero no sabía por qué creía que aquella inspectora era distinta. Su forma de
mirarlo le había parecido cuánto menos curiosa. Así que se afeitó, vistió y
perfumó lo mejor posible, quería dar buena impresión.
Eran
las seis en punto, sonó el timbre de la casa. Su madre se apresuró a abrir. La
inspectora estaba allí. Estaba guapísima. Se dio cuenta de que se había
cambiado, pantalón negro camisa blanca y chaqueta negra. Pasadas unas horas le
parecía bastante más atractiva.
—
Buenas tardes Luis, ¿está preparado?
—
Primero tomará usted algo inspectora.—
Su madre ejercía la hospitalidad gallega.
—
Pues un café con leche, algo rapidito
para qué no le devuelva al hijo demasiado tarde.— Miró para él con cara de
pilla.
—
A mí con que me lo devuelva poco me
importa cuándo, que ya es mayorcito y va a crear malvas.— Luis se puso rojo
como un tomate.
—
¡Mamá¡¡Por favor¡— Paola era incapaz de
controlar la risa.
—
Simpática mi madre, verdad.— Se le
acercó y rieron juntos.
—
Mucho, que quieres qué te diga, así que
para criar malvas, no, bueno, no te quejes si mi madre sabe que invito un
hombre a casa prepara un baño con flores si hace falta, no sabes las ganas que
tiene de que me vaya.
—
¿Es usted de aquí, de Madrid?
—
Usted no, tú, contestando a la pregunta,
¿hay alguien que sea realmente de aquí?
—
No sé, nosotros como vinimos de Galicia.
—
La
verdad que mis antepasados son Andaluces, de Huelva, yo desde que recuerdo he
vivido en Madrid. Distintos barrios, ahora distintas comisarías, un periodo
largo en Navarra pero poco más.—Emilia volvió con dos cafés con leche y se fue
a la cocina.
—
Emilia, ¿usted no toma nada?
—
No hija, lo dejo para los jovencitos, yo
tengo cosas que apañar en la cocina así que me vais a disculpar.
—
Pues muchísimas gracias. Tu madre es la
caña.— Dijo dirigiéndose a Luis.
—
Sí, la verdad que la admiro, todo lo que
paso y sigue teniendo esa fuerza descomunal. Cualquiera de nosotros habiendo
vivido la mitad ya estaríamos de psiquiátrico.
—
¿Y qué os trajo aquí? Si se puede saber,
tú acento sigue siendo marcadamente gallego.
—
Me vine a los diecisiete. A mi madre le
salió un trabajo como vigilante en el Museo del Prado, bien pagado, buen
trabajo, lo único malo que era aquí en Madrid. Ella no lo estaba pasando bien.
Se había separado de mi padre y digamos que tampoco estaba a gusto con su
amante. Así que prefirió poner tierra de por medio.
—
Y os trajo con ella.
—
Sí, no sin discusiones, dolor, ya sabes,
pero al final se impuso su criterio y mi hermana que también fue un factor
importante, a ella no le importaba cambiar de aires.
—
A ti te costó más.
—
Sí, yo tenía a mis amigos allí, mi
grupo, mi mundo y de repente todo eso desapareció. Me volví más introvertido,
más solitario.
—
¿Y ella, tú hermana, también era así?
—
No, muy abierta, extrovertida, tenía
amigos, ella no perdió esa vitalidad que yo perdí. Siguió siendo ella misma a
pesar de todo. Hasta unos meses antes de desaparecer.
—
Ahí ya la notaste rara.
—
Sí, rara, distante, contestando mal,
echándome la bronca si entraba en su habitación sin avisar. Cosas que nunca
había hecho y de repente…
—
Pero no le diste más importancia.
—
No, le echaba la culpa al subnormal ese,
al Germán. Todos los problemas empezaron cuando se juntó con él. Fue su
perdición.
—
Tampoco se sabe nada de él.
—
Ni que se los tragara la tierra. Parece
imposible.
—
Pero no lo es. El vehículo de Germán
apareció en un desguace. Seguramente lo cambió por otro. Suelen hacer esos
chanchullos.
—
¿Pero por qué?
—
Eso es lo que quiero averiguar, por qué
y dónde, así que termina ese café y vámonos a buscar, que a eso hemos venido.
Bajaron andando y
charlando animadamente, del tiempo, de fútbol, ella era del Madrid, él del
Dépor. Del horrible tráfico de la capital, de la polución, de la juventud.
Hasta que llegaron a la Gran Vía y a la puerta de aquella discoteca.
—
Aquí la viste por última vez.
—
Si, ahí apoyada.— Luis señaló el sitio
exacto donde habían intercambiado aquellas últimas palabras.
—
Te fijaste si aparte de ella y su novio
había alguien más extraño alrededor.
—
¿Alguien? ¿En serio? Sabes lo que hay en
este antro, no había nadie medianamente normal.
—
¿Entonces ella qué hacía aquí?
—
Le gustaba esa música y supongo qué
aunque me niegue a creerlo debía gustarle también Germán.
—
Sí, es una buena explicación.— De todos
modos tomaré declaración a los porteros y camareros de la discoteca por si
recuerdan algo.
—
Creo que Costoya se pasó por aquí algún
día.— Lo miró con cara de ironía.
—
¿A beber o a investigar?
—
No sé, ahí ya me pillas.
—
Deja que los llame a comisaría, verás cómo
cambia el cuento. Y ese de enfrente entiendo que es el veinticuatro horas dónde
se pierde su pista.
—
Eso es, ahí trabajaba el chico que la
vio salir con los cuatro hombres.
—
¿Y sus amigas, por qué ninguna estaba
con ella? Es extraño, somos muy protectoras.
—
Maite dijo que estaba en un concierto
ese día y es cierto. Las otras hacía tiempo que habían perdido el contacto.
—
O sea, que realmente estaba sola. Sólo
tenía a Germán. Qué feo todo.
—
Eso parece.— Le abrió la puerta del bar
y ella entró primero.
—
Sentémonos, tengo hambre.
—
¿Comida basura?
—
¿Y por qué no? Tu sabes toda la mierda
que come un policía de servicio, te asustarías. ¿Está todo como estaba ese día?
Luis
echó un vistazo rápido al local y no vio nada raro.
—
Sí, está todo tal cual. ¿Qué quieres?
Hay que pedir en la barra.
—
Una hamburguesa con queso, patatas y una
coca cola light.
Paola
observaba el local a fondo, le resultaba extraño qué no hubiese ninguna cámara
en el local, y de haberla hubiera sido una enorme cagada por parte de Costoya,
pero aquello no le extrañaba, pasaba más tiempo borracho que sereno, así que
tendría que pasárselo por alto. Luis volvió ya con la Coca Cola y un agua para
él y un número para la comida.
—
¿Qué piensas inspectora?— Lo miró
fijamente.
—
El día que viniste a preguntar por tú
hermana, el primer día, aquel agujero estaba allí.— Le dijo señalando a uno que
estaba en la parte superior derecha del local.
—
No sé, ni idea. ¿Qué crees qué había
ahí?
—
Es el lugar idóneo de una cámara. Espera
aquí un momento.
La
vio salir, decidida, y entrar en la cocina, de repente se oyeron unas voces
pero pronto se calmaron. Al cabo de cinco minutos la inspectora salió con sus
hamburguesas y las patatas.
—
Servicio a domicilio.— La cara de Luis
era un poema.
—
¿Me vas a contar qué ha pasado?
—
Sí, entré ahí, les enseñé la placa dónde
pone inspectora, les pregunté dónde estaba el extractor de humos, después les
pregunté por qué habían la quitado la cámara, me lo explicaron, cogí las
hamburguesas y me vine.
—
Joder tía, tremenda.— Se rieron.
—
Está riquísima eh, la hamburguesa digo.—
La inspectora tragaba como si tuviera hambre.— La cámara la quitaron sobre esos
días, no sabe decirme cuándo, pero parece ser que el dueño vino por aquí
corriendo y con otro hombre que no conocían se encargaron de quitarla porque no
funcionaba.
—
Lo más normal del mundo, oye.
—
Sí, el caso es que el dueño no suele
venir mucho, es dueño de varias franquicias y otros negocios de Madrid, pero sé
dónde encontrarle, luego le haré una visita.
—
¿Le harás? No, le haremos.
—
A ver Luis, no me lo tomes a mal, pero
no debería…
—
Mira Paola, yo te ayudo y tú me ayudas,
además no quiero que vayas sola.
—
Bueno, por ser hoy, y al haberme venido
sola admito pulpo.— Rieron y dieron buena cuenta de la comida, al menos tenían
otro hilo de dónde tirar.