martes, 22 de octubre de 2019
TRECE CAMELIAS
I. LIGUR
El teléfono la sobresaltó boca abajo, soñando, intentando encontrar su lugar en el mundo. Era materialmente imposible. A tientas, consiguió que sus dedos contactaran con aquel horrible aparato. No era el despertador, si no, al primer golpe se hubiera callado. Incorporó media cabeza y abrió el ojo izquierdo. ¡Dios! ¿De qué valía en aquella maldita profesión acostarse temprano? En cuanto sus ojos se acostumbraron a la claridad, vio que el que molestaba no era otro que su Comisario Jefe. «¡Mierda!», pensó.
—Señor Comisario, qué grata sorpresa —su voz no dejaba lugar a dudas de la ironía.
Paola, buenas noches, ya sé que no son horas, tendrá que disculparme, pero el deber apremia.
—Le escucho Comisario —ya se había levantado y puesto la bata por encima de aquel desfasado camisón de franela.
—Esta noche, exactamente hace una hora y treinta y siete minutos, ha aparecido un cadáver en la iglesia de Iria Flavia —miró el reloj, era la una y treinta y siete minutos de la mañana.
—¿En dónde? —sabía que aquel lugar le sonaba vagamente, pero por un momento no recordaba de qué.
—A ver, Paola, centrémonos, Iria Flavia, Padrón, Galicia. ¿Así sí?
—Comisario, así no tengo dudas. ¿Y qué pinto yo con un cadáver en una iglesia de dónde sea?
—No solo es eso, ha desaparecido una chica. El cadáver es el de su padre, y necesito que revise la escena del crimen. Le envío una foto y va usted pensando y despertando. Tienen un avión a las siete que sale de la T4. Los billetes debería tenerlos usted en la bandeja de entrada. Los suyos y los de Costoya.
—¿Costoya? ¿En serio? ¿Otra vez?
—Paola, usted es lista pero joven, él es viejo pero experto. No me fallen, el domingo es el Xacobeo y esto no puede salpicarlo ni lo más mínimo, ¿me ha comprendido?
—Alto y claro Comisario —ahora lo entendía mejor. Un cadáver, una desaparición, hechos graves sin duda, pero unidos a la política, se convertían en algo totalmente prioritario. Imprimió los pasajes, esperó que esta vez Costoya no se olvidara el carné en casa o algo peor.
Le llegó otro correo, eran unas fotos. Las observó detenidamente. El cadáver estaba boca arriba, con la mano derecha extendida en ángulo de casi cuarenta y cinco grados con el cuerpo. La mano izquierda estaba extrañamente enroscada como si hiciera el saludo de la Guardia Civil. Fue lo primero que le llamó la atención. Alrededor del cuerpo contó un total de trece flores, que creía que eran camelias. También pudo ver dos hojas, que parecían de un libro, sobre sus orejas. Tendría que verlo in situ para sacar el resto de conclusiones. Se preparó un café, esa iba a ser una noche especial. Volvía a Galicia, la tierra de Luis, de cuyo nombre no pudo sino acordarse.
II. LA CUENTA ATRÁS
Aún no eran las nueve y ya estaban en aquella colegiata de Iria Flavia. Costoya encendió un pitillo justo antes de entrar, y Paola lo miró con cara de asesina.
—Entra, Paola, yo prefiero echar un ojo por aquí, enseguida te veo —Costoya era un ser especial, parecía salido de otro mundo, de otra época, siempre con aquella chaqueta deshilachada, su barba de cientos de días y la cara de no haber dormido en siglos. Pero hacía muy bien su trabajo, era un animal de campo. Le dio una vuelta a toda la iglesia y se acercó hasta el cementerio Adina, atraído por todo lo que se contaba de aquel mágico lugar. La soledad y la tranquilidad eran la clave para dar con los pequeños detalles.
—Soy la Inspectora Gómez, Paola Gómez.—Uno de los chicos se dio la vuelta rápido y se presentó.
—Buenos días Inspectora, la estábamos esperando, mi nombre es Modesto y este es mi compañero, Portela —dijo señalando a otro hombre más maduro situado a su derecha.
—¿Ha venido sola?
—No, el Inspector Costoya… En fin… está fuera, ahora lo conocerán.
—Acérquese por aquí, no hemos tocado nada, el juez está a la espera de las valoraciones para proceder al levantamiento del cadáver. — Entraron en lo que parecía la estancia en la que párroco y los monaguillos se cambiaban.
Tal y como había visto en las fotos el cadáver de aquel hombre seguía allí, pero esta vez pudo fijarse en varios detalles que le parecieron muy importantes.
—¿Quién encontró el cadáver?
—El señor párroco, alertado por los vecinos que escucharon ruidos y vieron luces y lo llamaron. Cuando llegó se encontró el pastel —la Inspectora lo miró subiendo mucho una ceja.— Quiero decir, el muerto.
—Modesto, necesito que saquen fotos de todo otra vez, que graben un video desde todos los puntos de vista. Una pregunta, el reloj, el del cadáver ¿estaba así cuando lo encontraron?
—Sí, nosotros no hemos tocado nada, señora Gómez —volvió a mirarlo, estaba en cuenta atrás y marcaba 38:47:54 segundos. Si sus matemáticas no le fallaban, el final de aquel recorrido temporal coincidía con las doce de la noche del sábado para el domingo, es decir, la fiesta del Apóstol. Desde luego, no parecía casualidad. Tenía que hablar todo aquello con Costoya. Urgentemente.
III. FLAVIA
Se lo encontró hablando consigo mismo en una de las paredes exteriores del templo. Se quedó mirándolo unos segundos, pensando si lo quería por como era o porque se hacía querer. De repente, él se dio cuenta de su presencia.
—Estaba usted ahí, verá, es muy curioso, ¿ve esta inscripción en la pared? —vio una especie de cruz que le pareció de los templarios.
—Parecen cruces, pero seguro que me sorprende —Costoya tomó aire, se irguió sobre los zapatos como hacía en sus épocas docentes y comenzó su explicación. Nada le gustaba más que un posible descubrimiento.
—Son cruces celtas o templarias, efectivamente, pero no es qué son sino cuántas son. Me dijo que eran trece las flores que había junto al cadáver…—Lo interrumpió.
—…Camelias, trece camelias.
—Bien, pues en todo el templo, interior y exterior, hay un total de trece cruces. Las he contado, pero aparte le he preguntado a aquel mozo —dijo señalando a un chico espigado de no más de catorce años— que dice ser el monaguillo, y me lo ha confirmado. Y bien, dicho esto, usted qué ha descubierto.
—Pues aparte de las camelias y el reloj con una extraña cuenta atrás que conduce a las 00:00 horas del domingo…
—…La fiesta del Apóstol.
—Sí, exactamente, aparte de eso y la extraña postura del cadáver, están las dos hojas que tenía en las orejas. No fue difícil identificarlas, se trata de la primera y la última página de una de las obras cumbre de un ciudadano ilustre de Iria Flavia: Camilo José Cela y La Colmena.— Aquello dejó tocado a Costoya, que no le encontraba sentido.
—Enorme galimatías. ¿Y nada más? ¿Ninguna pista de la niña?
—Realmente no hay constancia ni del secuestro. Ahora hay que dejar trabajar a los de la científica y a ver si sacamos algo en claro.
De repente vieron como una chica de unos cincuenta y pocos años se les acercaba junto a Modesto y Portela. Se la presentaron; era Flavia, la mujer del muerto y madre de la desaparecida.
—Su marido y su hija, ¿a qué hora dice que salieron de casa y por qué está tan segura de que estaban juntos?
—Ellos siempre estaban juntos. Fue a recogerla, como todos los días, a la joyería. Después venían siempre a casa, menos ayer.
—¿Cuántos años tiene su hija?
—La niña tiene diecinueve, a los dieciocho se empeñó en trabajar y su padre se lo pasaba todo y al final mire…—Se echó a llorar.
—Disculpe Flavia —el Inspector Costoya intentó decir aquello con el mayor respeto posible, aunque se imaginaba la respuesta—. ¿Cómo se llamaba su hija?
—Miña filla chamábase Iria —no era capaz de dejar de sollozar.
—No me diga que su marido se llama Padrón, que entonces…—Paola le dio una patada en la pierna que aún conservaba buena e hizo recular a Costoya.
—Santiago… Santiago Martín Rivera —Paola la abrazó, sabía lo que era perder a alguien que quieres. Aquello se complicaba por momentos.
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