lunes, 28 de octubre de 2019

TIANA






   I—TIANA
Desde aquella ventana podía admirar el mundo. Cerró los ojos y respiró hondo. Al abrirlos una bocanada de aire fresco entró en sus pulmones y se sintió más vivo que nunca. Era junio del año 1991 y él era una fábrica de crear sueños. Volvió a tirarse en cama mientras escuchaba aquella canción en los cuarenta principales: ¨I´m a cold heartbreaker, fit a burn….¨
Para nada era un rompecorazones. Al contrario. Era un chico normal, dieciséis años recién cumplidos, más bien delgado, alto, casi un metro ochenta, se parecía a su abuela, y eso no era ningún aliciente a priori. Se consideraba, simplemente, un chico sin suerte. De su grupo era prácticamente el más pequeño y eso se notaba. Lo veían cómo a un niño y eso no ayudaba.
No había móviles, ni whatsapp, no se quedaba en más que un vago nos vemos en el campo o se iba llamando de casa en casa, eso era lo más normal. Él tampoco era ningún líder así que se tenía que buscar la vida para unirse al grupo. Decidió que ya era hora de bajar y que ya bastante tiempo había perdido allí mirando a las musarañas. Fue una de las mejores decisiones de su vida.
Cuando llegó al campo la vio. No tardó diez segundos en enamorarse de aquellos ojos almendrados, de aquel pelo castaño, de aquella voz aguda. Dios había bajado a verle.
    Hola, soy Tiana, la prima de Miriam.
Aquello lo dejó frío, casi sin poder reaccionar, sin poder hablar, la miraba pero nada salía de su boca de burro adolescente…
    Ho….hoooo…..hola.
    Ya me parecía extraño que no había nadie y eso que Miriam me dijo que solíais bajar temprano, ¿a qué hora es temprano en este pueblo?— Le miró con aquellos ojos redondos, llenos de miel, y esa dulzura lo inundó más si cabe, a duras penas pudo articular las palabras. Eso y aquel marcado acento del sur maravillosamente sensual.
    Eh…bueno….solemos bajar por la tarde, pero a veces, dependiendo de si vamos a la playa o sino….pues nos vamos llamando y eso…
    ¿Y tú eres?
    Yo soy (idiota le hubiera gustado decir) Luis, sí, sólo Luis.— Ella se lanzó a darle dos besos y se dio cuenta que aquello casi deja sin sentido al pobrecito Luis.
    ¿Y cómo os divertís aquí? No sé, es que de donde yo vengo es otro rollo, otras costumbres, ya sabes.
    Pues, no sé, escuchamos música, bajamos a la playa, hablamos. Muchas cosas supongo.
    Que interesante— Tiana lo miró con aquella cara de incredulidad y sacó una sonrisa en la cara de Luis. Era preciosa, lo más bonito que había visto en su puñetera vida y el destino la había puesto en su camino. Se rieron juntos por primera vez y el olor a fuego empezó a caldear el ambiente. Era nueve de Junio de 1991. No olvidaría jamás aquel día.


Pronto habían llegado los demás, demasiado pronto  la verdad, pero en ningún momento aquella conexión especial había cesado entre los dos. No podía dejar de mirarla y ella, aunque disimulaba, se dejaba mirar. Desde el primer momento se dio cuenta de que todos perdían la cabeza por Tiana. Tenía algo diferente, no sólo por ser de fuera, sino por su forma de mirar, por su forma de hablar, por su forma de moverse. Estaba enamorado. Era su primera vez.
Su mejor amigo, Felipe, se dio cuenta desde el primer momento, él era mayor, superados los dieciocho la vida amorosa se ve de otra manera y aunque por su timidez tampoco era su fuerte ya tenía un par de cicatrices importantes.
    Deja de mirarla tanto Luisito, que se te nota.— Luis lo miró fijamente e iba a protestarle pero se dio cuenta que tenía toda la razón del mundo.
    ¿Tanto se me nota?
    Joder tío, llevo aquí media hora y no  le quitas ojo. Bueno, ni tú , ni el resto.
    No tengo nada que hacer, ¿verdad?
    ¿Y por qué no? Las mismas que los demás. Quiérete más Luisito. Créeme. Llegarás más lejos.— Le dio una palmada en la espalda y se fue camino arriba sin despedirse de nadie más.
Volvió a mirarla de reojo, sentada en aquel banco verde junto a Miriam y Paula. De pie haciendo méritos estaban Miguelón y Edu. El a corta distancia apoyado en la marquesina. De repente Miriam se levantó y fue hacia él. Se acercó mucho, casi podía tocarla. Sentirla. Azorado miró incluso en dirección a Tiana, no quería perder puntos.
    A ver Luis, mañana a las diez nos vemos aquí, vamos a la playa, ¿vale?— Miriam lo miró a los ojos con aquella cara de pillería que nunca podría olvidar. Se rieron. La felicidad entró como un torbellino en su interior.
    Si, aquí estaré. A las diez.— Le soltó y volvió a sentarse junto a Tiana. Ella lo miró sin necesidad de decir nada y él no podía sacarse aquella sonrisa boba de la cara. Ninguno de los otros, enfrascados como estaban en sí mismos, en demostrar ser mejores que los demás, se dieron cuenta de la jugada.
Luis, educadamente se despidió de todos y un especial encantado Tiana dedicado a aquel ser maravilloso que acababa de entrar en su vida.
Llegó a casa, encendió la radio, y en los cuarenta principales estaban poniendo otra vez aquella canción: ¨You could be mine, but your way is out of line¨
Una corriente de felicidad le recorrió el cuerpo. Cerró la ventana y no dejó que se fuera de allí bajo ningún concepto. No sabía que era aquello que sentía pero en ese momento sabía que era capaz de cualquier cosa por difícil que fuera, aunque lo primero que se propuso, dormir, le costó un mundo.

II—Radio Playa
Miriam, Tiana y él estaban solos en la playa. Sería un sueño para cualquiera, y ese cualquiera era él, Luis. No sabía que había hecho para merecer semejante suerte, pero prefirió no pensar mucho. Allí estaban, en los pozos, tumbados en sus toallas, al lado de aquel ser maravilloso que había venido para cambiar su vida.
    Chicos, yo me voy a bañar, ¿alguno se anima?— Era Miriam la que se iba corriendo al agua y él prefirió esperar y no precipitarse que en eso sí que era especialista.
    Yo prefiero esperar un ratín, ¿no?— Esa pregunta iba dirigida a él, y por supuesto no se iba a mover de allí a no ser que lo sacara una  grúa.
    Nos quedamos sí, aparte acabo de desayunar.
    Ah, ¿qué haces la digestión?— La risa burlona de Tiana le cogió por sorpresa.
    Ehhhhh…— La miró y no pudo aguantarse más. Empezó a echarle arena a paladas.
    Oye…—protestó riendo Tiana— ¿pero qué te has creído?
    No querías bañarte, así que habrá que ayudarte.
    ¿Y tú?, espera hombre vas a ver lo que es bueno.
Empezaron a correr por todos los pozos uno detrás del otro riendo a carcajadas. A escasos cien metros Miriam sonreía, se alegraba, era casi tan feliz como podía serlo Luis. Lo apreciaba. Era un ser de luz. Una de esas personas que lo merecen todo, que la vida tiene que ser generosa con ellos porque gracias a ellos es posible un mundo mejor. Ella era mayor para él y se sentía como una hermana, sino no duraría en intentar estar con él. Pero sabía su papel, y Tiana lo tenía todo para Luis. Era guapa, buena persona, simpática y era otro ser de luz. Igual uno de los cometidos de su vida era unirlos.
Los vio venir corriendo directos hacia ella y empezó a chapuzarlos con rabia, con ansia, riendo a más no poder.
Fue uno de esos días que una persona no puede olvidar aunque pasen decenas de años. Una  de esas cosas que cuando vuelves a ese mismo lugar vuelve a ti para recordarte lo grande que fuiste en aquel momento. Luis no sabía hasta qué punto.
La historia de amor de Luis y Tiana empezó aquel día. Ojalá pudiera decir que fue la historia de amor más bonita jamás contada, pero sería descubrir la historia.

III— TIEMPO
Era el mejor verano de su vida. Su abuela le decía que estaba atontado, que no se enteraba de nada, pero no, es que estaba enomorado, y mucho. Tiana también lo estaba, y eso, aunque siempre tienes dudas porque es imposible estar en la cabeza de los demás, saltaba a la vista. No dejaban de hacer planes,  y aunque también estaban con los demás casi siempre se las arreglaban para estar sólos y subir al monte. Allí hablaron hasta que las palabras perdieron las letras y la tinta se borró en su memoria, hasta que el tiempo se convirtió en algo irreal, intangible, en algo que no existía para ellos. Se amaban con fuerza, del mismo modo que se reían, que hablaban, que discutían a veces.
Luis no podía ser más feliz. Tiana no podía ser más feliz. El mundo era maravilloso. Casi perfecto. Casi.
Le extrañó ver el coche de su padre allí tan temprano,  y sin avisar, pero no quiso darle importancia. Lo saludó medio dormido y ya se dio cuenta que aquella cara no traía nada bueno. Sólo podía ser transmisor de malas noticias.
    Cuando termines ven a la terraza.— Era una orden.
    Sí, Papá, ahora voy.— No pintaba nada bien.
Desayunó con un nudo terrible en el estómago, pero no sabía lo que estaba a punto de pasar, realmente ni siquiera lo imaginaba. En cuanto entró en la terraza una tormenta empezó a agolpársele en la cabeza, a machacarle las ideas, no podía pensar, no quería, sólo deseaba que aquello fuese una pesadilla y no fuese para nada real. Sus padres se estaban separando, su madre había sido infiel y su padre había venido a contárselo, a él  y a los padres de su madre. No podía creerlo. No podía entender nada. Prefirió irse a su habitación. Maldijo aquello. Maldijo todo. ¿Por qué después de algo bueno siempre venía algo malo?, ¿Por qué no podía ser feliz y punto? Lloró y dejó que sus lágrimas mojaran sus sueños y estos se fueran arrugando poco a poco hasta convertirse en sólo recuerdos.
    Nos vamos.— Su padre había entrado en la habitación, aquello sí que no lo esperaba.
    ¿Nos vamos? Pero…
Su padre no le dejaba hablar, ni protestar, sólo mandaba.
    Recoge lo que necesites y vamos, no sé cuándo volveremos.
    Pero Papá…— No era una protesta, era una súplica, las últimas palabras de un moribundo.
    Ni pero ni hostias, tienes dos minutos.
Era un mundo donde no había móviles, ni whatsapp, era un mundo donde todo se hacía llamando a las puertas, quedando en el campo. Luis estaba perdido y lo sabía, no tenía manera de avisar a nadie, y nadie sabría qué habría pasado hasta que el volviera. Era egoísta, en ese momento no le importaba una mierda lo de sus padres, le importaba su vida, su amor, su libertad, todo lo que estaban arrebatando en aquel maldito momento. Las vueltas que da la vida, en un mismo día, la misma persona había sido la más feliz e infeliz del mundo.

IV— LLEVAME A CASA
Tres semanas después y seguía en Coruña. Esa ciudad que amaba y odiaba a partes iguales. Esa ciudad en la que nadie es forastero. Había escuchado la versión de su madre, la de su padre, la de su hermana, había escuchado todo y todo le importaba una puta mierda. Sólo tenía ganas de llorar. Enfermó. Enfermó tanto que acabó en el hospital. Era Agosto, mediados, lo recordaba porque mientras estaba en aquella cama de hospital se estaba jugando el trofeo Teresa Herrera. Había enfermado de pena, de dolor, de impotencia, de amor, por algo eran incapaces de encontrar que era lo que tenía, porque lo que tenía no estaba a la vista de aquellos aparatos, sólo estaba a la vista de alguien que realmente lo quisiera ver. Pasó más de una semana encerrado, para luego estar encerrado otra semana más en la casa que pertenecía a sus abuelos en Coruña, la que su madre había utilizado como vivienda momentánea. No salía de casa, no podía, ni quería, no sabía qué hacer, ni que decir, ni con quien hablar. Aún no era Septiembre.
 No perdía la esperanza así que un día consiguió convencer a su hermana para escaparse y en aquel Renault cinco medio destartalado recorrer los treinta quilómetros que los separaban de Bañobre. La excusa, ver a sus abuelos por primera vez desde que aquella pesadilla había empezado.
En cuanto pudo salió de casa, para ver a Felipe. Pero el destino es cruel. Y malo. De camino a casa de su amigo un coche al que al principio no dio importancia pasó a su  lado, en su interior sólo pudo intuir unos ojos almendrados y ese pelo castaño al aire. Se paró y miró hacia el coche en su huida y la vio diciéndole adiós y supo que ese adiós no era un hasta luego ni un hasta pronto sino un adiós en toda regla. Allí, parado en el medio de la carretera se le rompió el corazón y se le heló la sangre en las venas. Consiguió llegar al campo y sentarse en la marquesina para esconderse de todo y de todos, para llorar y no dejar de hacerlo nunca. No podía tener tan mala suerte. No podía haber llegado tarde tan sólo por minutos. No podía ser cierto. Se recompuso y cuando iba a subir a casa de Felipe a intentar recabar algún tipo de explicación vio venir de nuevo aquel coche en dirección a él y de repente sus venas se inflaron como el infierno y su corazón muerto revivió en un segundo. No era un sueño, era ella, y estaba parando a pocos metros de él. Pudo ver a sus padres en la parte de delante del vehículo, ella con media sonrisa en la comisura de los labios, él con cara de asesino demente. La puerta trasera del vehículo se abrió y Tiana salió corriendo hacia él. Se paró a dos metros y extendió la mano.
    Luis, mi dirección. Escríbeme.
    Pero, ¿te vas ya?— Le costaba aguantar las ganas de llorar.
    Si, para la semana me tengo que matricular en el instituto y no podían esperar más…
    Siento no haber podido avisarte, no haber venido antes…— El dolor de su corazón salía directamente proporcional por sus pupilas.
    Tranquilo, algo me dijo Felipe, es un gran amigo, no lo pierdas. El año pasa rápido. Te quiero.— Le rozó con su mano izquierda en su brazo derecho y marcha atrás como queriendo para el tiempo volvió al coche.
    Te quiero Tiana.— Le salió del alma, mientras la veía alejarse, mientras veía la sonrisa en la cara de su padre y la tristeza en la cara de su madre y de nuevo daban la vuelta y se dirigían con su coche lejos, muy lejos.



jueves, 24 de octubre de 2019

ELL@





Él
Lo había perdido todo. Levantó la mirada despacio, enebrando cada segundo en el ojal de su vida, intentando recuperar paso a paso la conciencia. En el fondo, se merecía todo lo malo que le había pasado. Sentía que aunque doliera se había portado como un auténtico hijo de puta.
Miró el teléfono, sin novedad. Ella no volvería a llamarlo, él no podía hacerlo, lo tenía bloqueado. La quería. Con toda la fuerza de su corazón. La amaba y por eso había hecho barbaridades. Eso quería creer. Los locos también creen no serlo.
Decidió salir sin rumbo, sin dirección. Llovía con ese orballo molesto, tan natural en Galicia. Vio los pescadores preparando las redes como cada día, sin importarles otra cosa que su vida, su trabajo, su familia. Era un muerto de hambre y siempre lo sería.
Sus pasos, irremisiblemente, le llevaban a aquel lugar. Pasó delante de la panadería y la vio. Ella no. Tenía gente, seguramente no sería un buen momento. Pasó de largo. Llegó hasta el final del puerto. Seguía orballando. Mojaba. Había ambiente en las terrazas cubiertas a pesar de todo. Era finales de Agosto. El verano en Galicia era lo que era. Desanduvo sus pasos y volvió a pasar delante de la panadería. Ahora estaba sóla. Entró.
Ella
Esa mañana no quería levantarse, no quería ir a trabajar, no se sentía con fuerzas. Pero no abrir significaba perder clientes y eso para un autónomo es la perdición. Miró el móvil. Sin noticias. Se sentía fatal. Pensó si en el fondo ella habría tenido la culpa de aquello. Una lágrima quiso acompañarla. Se la secó. Los niños estaban con su madre, al menos ellos no tenían que vivir según que cosas. Ella le decía que hoy en día las parejas ya no aguantaban nada. Si tú supieras mamá, lo que yo tengo aguantado. Era consciente de que abriendo la panadería cabía la posibilidad de verlo pero pensó que tenía que ser fuerte, y siempre habría alguien cerca si tenía que gritar.
Le dolió sólo de pensarlo. Gritar porque se acerca tú marido. Gritar porque se acerca la persona qué más quisiste en tu vida. Otra lágrima volvió a caerle. Se la secó. Terminó de vestirse y se miró en el espejo. Tenía ojeras y la cara demacrada de tanto llorar. Se echó un poco de maquillaje y lo disimuló. Hoy además no venía Paula, le había dado el día libre así que se las tenía que agenciar ella sóla. Al menos hacer dos hornos de baguettes antes de que empezase a venir la gente. El resto se lo traía Venancio. El bueno de Venancio, el único que se olía algo.
La mañana pasó bastante entretenida a pesar del mal tiempo, aquel orballo que se había empeñado en quedarse con ellos durante todo el verano. La gente iba y venía, y nadie se dio cuenta de su estado, nadie salvo Venancio. Se puso nerviosa cuándo llegó. Sabía que si él lo veía, si coincidían, podía montarse una buena. El lo notó. La cogió de la mano, la tranquilizó: Si viene, yo estoy cerca, sólo tienes que llamarme. ¿Cómo lo había sabido? No había abierto la boca. La conocía demasiado bien, desde que eran unos críos. Se sintió aliviada cuándo lo vio salir, no quería que los viese juntos. Pensaba que Venancio y ella tenían algo o al menos lo habían tenido, y aunque era mentira era imposible convencer a alguien de algo que no está dispuesto a creer.
Un momento de respiro, tendría que hacer otro horno de baguettes, se le estaban terminando, entonces lo vio venir. Empezó a temblar, primero las manos, luego los brazos, le temblaba el labio, las palabras, le temblaba el corazón. Le dolía, pero sólo verlo le provocaba una sensación de rechazo que no podía explicar con palabras. Fuera, le dijo. Vete, repitió. Sin mirarle a la cara. No oía lo que él decía. Sólo recordaba los golpes, los gritos, las acusaciones de aquel maldito día. Se acercaba, cada vez más, estaba muerta de miedo. Cogió el móvil. Llamaré a la policía, dijo. Llámala si quieres, le contestó, eres mi mujer. Llamó. Entonces su fue no sin dedicarle un par de palabras preciosas. Tardó en recuperar la respiración. Tardó en volver al mundo terrenal. Estaba sumida en sombras, en miedo, en dolor, en sufrimiento. Sumida en el infierno más absoluto. Lloró pero esta vez fue incapaz de detener aquel río de lágrimas que llevaba todo el día pugnando por salir. Se metió en la trastienda, junto a los hornos. Pensó en qué no merecía la pena vivir. No así. Pero se acordó de sus dos hijos, su sonrisa era el sustento de su vida. Llamó a su madre. Los niños bien, le dijo. Tengo que hablar contigo. Pasa algo hija, preguntó. Necesito hablar contigo mamá, dijo entre sollozos. Cierra y vente. No mamá, a mediodía iré hasta ahí, te lo prometo. Mando a tú padre a recogerte a las dos, le contestó ella. Se sintió mejor, sabía que ellos estaban bien y sabía que los tenía a su lado, apoyándola. Pero fue incapaz de dejar de temblar en toda la mañana. Me cogió el frío, decía a los clientes que la miraban extrañados. Pero se fai un calor de carallo, contestaban. Estoy destemplada. Y dieron las dos.

El
Pensó en volver a casa. Pensó en tirarse al mar. Pensó en coger el coche e irse para no volver jamás. Pensó en cortarse las venas. Pensó en tomarse pastillas. Pensó en mil cosas que a ella le hicieran recapacitar, que se diera cuenta de cuánto la había querido. Un día malo lo tenía cualquiera. Había bebido, se le había ido la cabeza. Pero si cogía al Venancio ese se lo cargaba. De repente cambió de dirección, sabía dónde tenía la panificadora. Maldita la hora en la que le aconsejó que sería buena idea que fuese él quien les sirviese el pan que no les compensaba hornear. Se asomó a la puerta. Lo vio, estaba limpiando los hornos, preparándolos para la madrugada. Entró. Vio un rodillo de amasar el pan sobre uno de los paneles. Lo cogió. Estaba enajenado, no era él. Venancio lo escuchó llegar. Le sonrió. Lo saludó, hasta que se dio cuenta de lo que tenía en la mano. Reculó. Qué haces, le dijo. Estás loco. Puto cerdo, espero que te haya gustando follarte a mi mujer, porque será lo último que habrás hecho. Yo no...
Ell
Puso el cartel de cerrado en la puerta. Eran las dos. Se pusó a limpiar y a dejarlo decente para la tarde. Estaba un poco más calmada. Vio venir a su padre. Venía muy serio. A lo lejos oyó las sirenas de una ambulancia. Qué ha pasado, le preguntó. Ni idea. Cómo estás, respondió él. Bien, déjame que acabe de recoger y nos vamos. Ha sido ese hijo de puta. Su padre la miraba seria, con cara de pensar que la venganza era el camino más recto hacia la justicia. No lo vieron venir. Sólo escucharon el estruendo de la puerta. Tenía la mirada perdida, los ojos envenenados, la sangre por toda la ropa. Escuchaba las sirenas cada vez más lejos. Pensó qué era lo último que escucharía en su vida. Puta, le dijo, ya le contaste a tú padre lo que hiciste. Yo no hice nada, te lo juro. Tenía un rodillo en las manos y lo sujetaba dispuesto a golpear. El padre reculó unos pasos intentando llegar al mostrador. Lo siento suegro, le dijo, no deberías estar aquí, no tenías porque verlo, pero tú también eres culpable por haberla educado así, como una puta. Mario, por favor, no estás en tus cabales, deja eso y dámelo. Se rio.
L
Sólo tenía que decidir a quién mataría primero. ¿Qué sería más justo? El suegro responsable de la educación de su hija o ella por ser una guarra. Que viera cómo moría, no hay nada peor que ver morir a una hija. Agarró con más fuerza el rodillo dispuesto a atacar y de repente él se cayó redondo. No daba crédito. Qué le pasaba. Puto inútil. ¿Le estaba dando un infarto? Cobarde de mierda. Empezó a echar espuma por la boca. La guarra estaba agachada junto a él. Era el momento de rematarla. De hacerle pagar por tantos días de sufrimiento, de pensar con quién podría estar retozando en la parte de atrás, mientras el trabajaba sin descanso en aquella puta fábrica. Entonces levantó el rodillo todo lo rápido que pudo y lo sintió.
EL
Vio caer a su padre redondo, supo que le había dado un ataque al corazón. Se agachó corriendo a auxiliarlo, sabía que eso la colocaba a espensas de él, al menos eso es lo que quería que pensase. Colocó en posición su mano. Levantó la cabeza y vio cómo levántaba el rodillo dipuesto a aplastarle la cabeza y entonces se la clavó. En los huevos, dónde más dolía. Se la clavó hasta el fondo, hasta que sólo quedo fuera el mango, hasta que dejó atrás su rabia. Mátame ahora, si puedes, hijo de puta. Se cayó redondo. Buscó el móvil. Llamó a emergencias. No tardaron en llegar. No lo salvéis a él, salvad a mi padre, pensó.
E
Cuándo salía aún tuvo tiempo a mirarla desafiante. Volveré a por ti, le dijo. No podía parar de llorar. Por su padre, por sus hijos, por ella, por esa persona a la que tanto había querido. Qué enfermedad era capaz de transformar a las personas en un monstruo así. Se recuperará, le dijo el sanitario. Sólo había sido un susto. Respiró. No todo eran malas noticias. Al menos estaban vivos. ¿Por cuánto tiempo? Cuánto tardaría en salir y acosarla, se preguntó. Valdría de algo una orden de alejamiento. Pensó en sus hijos, en cómo habían perdido un padre que hasta hacía dos días creía ejemplar. Cómo cambia la vida en un segundo, en una mala decisión, en un remate a puerta. Mierda de vida, pensó.